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–…Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo –Antonella dejó el rosario en la mesa de noche; poco después de la partida de Facundo, ella supo que ese dolor que sintió cuando él le dio la noticia sí se debía a que se iba, porque cada vez que pasaba por la casa de él el dolor volvía sin mitigar su intensidad.

Lo que había pasado después de que ella salió de la casa de Facundo, era un recuerdo tan nítido que no parecía que ya habían pasado 15 años, el recuerdo de su primer beso –pero no el último– había cambiado su vida, o al menos ella así lo sentía. Facundo siempre estuvo presente en su día a día, su corazón –válidamente influenciado por su mente–, se negaba a olvidar el sabor del primer beso, y al hombre que se lo había dado, porque cuando Facundo se había separado de ella, después de besarla. La había mirado de una forma nueva, ansiosa, ahora que habían pasado tantos años ella sabía que esa mirada denotaba deseo; así la habían mirado un par de chicos en el secundario y alguno que otro cliente de la empresa de gas en la que actualmente trabajaba, sin embargo, algo debía estar mal con ella porque por mucho que algún hombre le gustara, tanto como para aceptar salir juntos, le era imposible sentir algo más allá de la atracción inicial.

Pero esa noche, tenía que sacar esos pensamientos de su mente.

Escuchó el auto parar frente a su casa, la puerta al cerrarse y el timbre, Antonella respiró profundamente, se arregló el suéter de cuello alto que llevaba y bajó a su encuentro.

Miguel estaba allí, con una sonrisa radiante, y Antonella pensó en su más reciente fracaso: Carlos, un compañero de la compañía con quien había comenzado a salir un par de semanas antes. La noche del viernes anterior habían ido al cine, luego habían comido y finalmente Carlos la había llevado a “ver” la puesta de sol cerca del puerto.

Las cosas sin duda habían subido de temperatura. Carlos había pasado su brazo por el hombro de ella, sin la tonta excusa del bostezo –lo que le agradecía, porque odiaba esa artimaña–, entonces cuando el sol se puso, Carlos se giró, la agarró del rostro y la besó de manera tan apasionada que Antonella se quedó por un momento sin corresponder.

–¿Pasa algo, Anto? –Le preguntó Carlos separándose sólo un par de centímetros, ella negó con la cabeza, haciéndolo sonreír de forma provocativa. Antonella lo besó de vuelta y con ganas; habiendo pasado poco más de 5 minutos Carlos llevó una de sus manos por debajo de la blusa de Nella, mientras que con la otra le agarraba la muñeca y la guió a su ingle. Antonella gimió al sentir el entusiasmo de Carlos, no se imaginaba perder la virginidad en un auto, pero si así daba el asunto… apretó suavemente, haciendo que Carlos moviera las caderas hacia delante, él subió la mano hasta atrapar uno de los senos de Antonella y volvió a besarla, entonces ella pensó que no quería ser besada por esos labios, ni tocada por esas manos, su libido se fue al suelo, y cuando Carlos la miró interrogante ella supo que hasta ahí llegaba todo.

–Lo siento –Dijo, y no tuvo valor para decir algo más en tanto Carlos la llevaba de vuelta a su casa.

Había sido incómodo verlo el lunes en el trabajo, pero él simplemente hizo como si nada había pasado, absolutamente nada, es decir, el espacio que ella ocupaba era lo mismo que el de una silla o el cubo de basura –estaba segura que para Carlos era más lo segundo–. Así que de esa forma había perdido otra oportunidad, simplemente porque no podía ir más allá.

No estaba segura de qué haría que las cosas con Miguel fueran distintas. No había razón para serlo, que no trabajara en el mismo departamento que ella no significaba que no fuera un compañero de trabajo, y estaba segura que cuando las cosas se pusieran en el topic “situación para adultos” ella se echaría atrás, como había pasado con Carlos y la casi media docenas anterior a él, como siempre.

Los días que sabíamos amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora