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Nella se sentó en las colchas y se recostó en la almohada que estaba apoyada en la pared cuando Facundo finalmente había terminado su llamada.

–¿Cómo está tu mamá? –Preguntó. Facundo giró el rostro hacia ella y la expresión de él la alarmó–. ¿Ocurrió algo, Facu? –Preguntó apoyándose en sus rodillas para ir al lado de Facundo, pero él negó con la cabeza, desvió la mirada y miró el celular, se pasó las manos por el cabello un par de veces, y entonces habló en un leve susurró.

–Nella… –Comenzó a decir con el mismo tono con el que le había dicho, hacía 15 años que se iría–. Creo que… No, no lo creo, es un hecho. Estoy comprometido.

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.Dios te salve. A ti clamamos los desterrados hijos de Eva…

Su sistema defensivo comenzó a rezar internamente.

–¿Tú, qué… –Se escuchó decir, se escuchó porque estaba lejos, su cuerpo estaba allí a sólo centímetros de el de Facundo, pero ella se había ido al pasado, acurrucada en su cama con el vestido de comunión y un rosario apretado entre las manos, había retrocedido en el tiempo para experimentar lo cerca que podía estar uno de morir de en vida.

A ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.  Ea, pues, Señora Abogada Nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos, y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

–Yo… Estoy comprometido –Dijo Facundo sin siquiera mirarla.

Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Nella dejó que todo su peso cayera sobre sus rodillas, se cubrió el cuerpo desnudo con las sábanas y trató de orientarse, porque de repente, cuando Facundo lo había dicho por segunda vez los cimientos habían cedido y ella no podía lograr estabilizarse.

Estiró el brazo y encontró sus jeans, se los puso con rapidez.

–Nella… –La llamó Facundo acercándose.

–¿Dónde está mi camisa? –Preguntó cegada por las lágrimas, mirando para todas partes, cubriéndose los pechos con los brazos. La vio en la puerta de la habitación, lo que le daría la motivación ideal para salir corriendo de allí. Cuando pasó por el lado de Facundo él la agarró del brazo para detenerla–. ¡No me toques! –Le gritó zafándose del agarre, se puso la camisa con tanta brusquedad que oyó las costuras de alguna parte de la pieza rasgarse. Pero no le importaba, sólo debía salir de allí. No había tenido tiempo de encontrar los zapatos, pero cuando las pisadas de Facundo sonaron  tras ella, le importó un rábano irse descalza hasta su casa.

–¡Nella! –Facundo le dio alcance en la sala, donde todavía estaban los vasos de plásticos con las velas derretidas dentro, lo que quedaba de los globos que se habían ido explotando poco a poco, la botella de champagne estaba vacía y tirada en una esquina, todo aquello le provocó arcadas.

–Nella, necesito que me escuches –Le había pedido Facundo. La sostenía de ambos brazos, sin hacerle daño, pero lo suficientemente fuerte para retenerla allí–. Me comprometí el año pasado –Decía, y la palabra compromiso empezó a rebotar dentro de su cabeza como una pelota de goma, su corazón se había partido en pedazos, por lo que sentía una presión tremenda con cada latido–. Cuando todo empezó a ser más real… Pospuse la fecha de la boda, y le pedí tiempo a Samantha.

Nella no hilaba dos palabras, estaba sumida en un dolor intolerable. ¿¡Real!? ¿Qué era lo real para Facundo? ¿Qué era más real que darle un anillo a una mujer con la que pasarías el resto de tu vida?

–Fue cuando decidí venir.

–¿A qué? –Preguntó aguantando el llanto con todas sus fuerzas–. ¿¡A qué mierda viniste, Facundo!? ¿¡A echar un polvo!?

–Nella…

–¿¡Qué soy para ti!? ¿¡Una despedida de soltero!? ¿¡A qué viniste, carajo!? –Gritó a voz en cuello.

–Te amo, siempre te amé y no podía… Siempre supe que algo iba mal… Nella, te amo.

La rabia se apoderó de ella de manera irreflexiva, y antes de darse cuenta se había soltado del agarre de Facundo, y le había cruzado el rostro con una cachetada que le había dejado la palma de la mano latiendo.

–Vete a la mierda, Facundo. Eso fue lo que tuve que decirte hace 15 años. ¡Vete a la puta mierda!

No miró atrás cuando dejó a Facundo, y con él todo lo que creía del amor. Ella ya no quería saber qué era amar.

Los días que sabíamos amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora