I

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Y ahí estábamos solos en el bosque...

Me confesó su profundo amor, sonaba tan real, tan sincero, su mirada era dulce; Cuando me abrazo pude escuchar su corazón, fue casi poético. En medio de aquel eufórico y romántico abrazo me dijo: «te amo», me besó y sentí sus labios contra los míos, estaban fríos, sus manos estaban alrededor de mi cintura y en medio de aquel tierno beso sonreímos al mismo tiempo, pero no por la misma razón.

Lo miré a los ojos y fijos en ellos le clavé un cuchillo, esos ojos oscuros casi negros, enmarcados con sus características pestañas risadas. Ahí distinguí algo que nunca había visto en nadie, vi cómo se le escapaba la vida, como sus ojos perdían ese brillo, esa chispa, como sus ojos sorprendidos estaban fijos en los míos, llenos de dudas y preguntas.

En ese momento solo compartíamos un sentimiento: sorpresa, porque jamás pensé arrebatarle la vida a alguien y mucho menos a él. Pero alguno de los dos debía morir y por primera vez me elegí a mi antes que a él, creo que eso fue lo que más me sorprendió de toda esta disparatada situación, era yo quien le ponía fin a su vida y fui yo la que alguna vez le dijo que no concebía una vida sin él. Y ahí estábamos... yo con una mano en el cuchillo enterrado en el costado derecho de su abdomen, sin pestañear un segundo. Cuando su cuerpo cayó al suelo, me di cuenta, que había contenido la respiración todo ese tiempo y que por fin recuperaba el aliento.

Lo vi en el suelo y una parte de mi quería ayudarlo, sacarlo de ahí, curarlo. La otra parte de mí sólo quería dejarlo ahí, aunque suene mórbido, esa parte de mí solo quería ver cómo la sangre salía de su aún tibio cuerpo y cómo a cada minuto se le dificultaba más respirar, quería saborear su agonía, quería disfrutar el sonido de su respiración entre cortada. Frente a los dos posibles escenarios, a estas dos disyuntivas, lo entendí...

Jamás había sentido tal excitación, tal éxtasis de placer al ver que jamás esperó mi traición y que ahora solo espera que lo ayude como lo hice antes, como lo hacía siempre; pero quien fui, ya no está, no queda ni la sombra del indefenso cordero que siempre él llevaba al matadero, ahora él estaba en el matadero, y como lo disfrutaba. Me di cuenta que no mataba a un amor, mataba a un monstruo, una pesada carga de la cual me había liberado.Una euforia invadió todo mi cuerpo, era libre al fin Como se extingue su vida así mismo se extingue toda unión con él, todas sus cadenas por fin se rompían.

Decidí dejarlo morir y presenciar su muerte no por morbo, sino, como tributo. Era un gran dramaturgo y por qué no presenciar su último show en vivo y en directo, es lo que siempre había querido, una muerte épica e inolvidable y como no, le concedí su deseo, al menos para mí sería inolvidable.

Escuché ruidos a lo lejos, sabía que aún me buscaban, así que decidí marcharme, le di un beso en la frente y sólo le susurre al oído: « tu amor llego un poco tarde», salí corriendo hacia el norte dejándolo atrás, no solo a él sino a lo que alguna vez sentí.



Sarah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora