Capítulo Dos

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Tal y como habían pactado el señor Han y Jaejoong, se vieron en el despacho del abogado del hombre. Y una vez firmados los papeles ante un notario y un abogado, Jaejoong ya se podría decir dueño de la casona. Se sentía más que feliz con la adquisición de la propiedad.

Al finalizar todo, el señor Han se acercó para entregarle las llaves. Jaejoong tomó las llaves y le agradeció mucho el haber confiado en él como comprador. El hombre simplemente dijo algunas palabras que lo desconcertaron por un momento.

–Joven Kim, espero que la cuide tanto como alguna vez lo hice yo. Pero debo admitir que nunca me sentí como su propietario. –esbozó una sonrisa amable.

–Tengo entendido que tuvo muchos compradores potenciales, –se sobó la nuca en un gesto de nerviosismo por lo que iba a preguntar–: entonces, ¿por qué aceptar mi oferta? Es más creo que la suma que le estoy ofreciendo por la propiedad está un poco por debajo de lo que vale en el mercado.

–Simplemente, creí que eras la persona indicada para ser el nuevo dueño. –Sonrió– Y sentí que debía hacerlo.

Jaejoong dudó y luego de un momento en silencio para pensar habló:

–¿Solo porque sintió que decía hacerlo? –Le lanzó una expresión llena de dudas–. Disculpe mi indiscreción y mi creciente curiosidad pero sigo sin entender...

El señor Han rió.

–Estoy seguro de que algún día lo entenderás, joven Kim.

Y sin más, el hombre se despidió y se marchó.

Jaejoong no pudo entender las palabras del señor Han. Pero ahora que tenía las llaves en su poder. Estaba muy curioso de revisar la casa más a fondo.

Entonces, y antes de que eso pudiese suceder, tenía que ir al taller por su auto. A pesar de ello, su mente ya divagaba en las muchas ideas para la remodelación de la casa. Fue cuando recordó que la comida de Jiji, su gato, se había terminado y tendría que comprar más. De no hacerlo así, tendría un maullido incansable resonando por todo su departamento.

Decidió que tomaría un bus que lo dejaría muy cerca del taller del mecánico en el que permanecía su auto.

Hacía algunas semanas, que lo había dejado en el taller para que cambiasen algunos repuestos y que lo cambiaran de color. Pues el gris que lucía ya no le gustaba en absoluto, y ahora estaba decidido por un azul oscuro.

El día anterior, el mecánico le había enviado un mensaje diciendo que podría recogerlo mañana.

Así que, hoy pasaría por su auto. Se había acostumbrado mucho a manejar. Y el cambio de su propio auto al transporte público era bastante drástico aunque no se quejó en absoluto.

En fin, ahora dejaría los viajes en tren. Para su comodidad y por los constantes viajes que tenía que hacer para hablar con sus clientes, era algo bueno tener de regreso a su auto.

En ese mismo instante, evocó el día anterior en el que aquel amable hombre en las afueras de la estación le entregó un paraguas.

Cierto.

Aquel hombre... el paraguas, su paraguas.

Ni si quiera tenía idea de cómo se veía ese hombre, y mucho menos sabía su nombre.

¿Cómo podría encontrarlo y agradecerle por el gesto además de devolverle el paraguas? Lo único que podía decir de aquel hombre era que vestía bastante bien. Por lo que bien podía ser un empresario, un modelo por su altura o alguna persona que trabajase de manera formal e impecable.

"A través del Espejo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora