//CAPÍTULO DOS//

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La noche acechaba a sus espaldas y Niels con Aren siguiéndole el paso no había conseguido nada que llevarse a la boca.

— Serás jodido, por tu culpa no he conseguido ni un bocado.

— No es mi culpa que no te gusten las bayas— observó mientras introducía un puñado en sus fauces.

— Las bayas no te dan fuerzas, son como el agua, te sacia pero no te nutre.

— Claro que te nutre, mira que nutrido estoy.

Niels suspiró con resignación por duodécima vez aquel minuto. Aren se había negado a dejar marchar solo al príncipe viajero. Le gustaba saltar al quejarse, moviendo partes de su anatomía que le ruborizaban violentamente y, perturbado ante su insistencia, cedió prestándole una muda de repuesto que cargaba consigo.

— ¿Sabes que hueles fatal?— arrugó la nariz en señal de desagrado al acercarse a él.

— ¿Sabes que eres legendariamente impertinente?

— Al principio pensé que tenías la barriga revuelta, pero ahora que me fijo el hedor está pegado a tu piel.

— Y, oh sabio, que sugiere usted— preguntó con una condescendencia grandilocuente.

— Podemos bañarnos en el lago.

Habían caminado kilómetros, mas a la vera de la gran masa de agua. Lo cierto es que a Niels no le importaría bañarse, quitarse la mugre que se había adherido a su piel y nadar bajo la luna que empezaba a reinar en el firmamento.

— Creo que es la primera cosa inteligente que dices hoy.

— Me lo tomaré como un cumplido— le informó sonriendo ampliamente.

En la orilla del río, con la sinfonía de los grillos de fondo, ambos prescindieron de sus ropajes y se introdujeron en el lago. El reflejo del satélite era perturbado por las ondas de los movimientos de los chicos.

La luna era perfectamente redonda, completa, reluciente y plateada. Le regresaron a la mente las dos lunas perfectamente redondas que poseía Aren y giró la cabeza para situarle. No estaba. Sus ojos rozaban la superficie del agua y de la tierra, escudriñaban entre los árboles y las rocas. Y sintió un roce en su pierna derecha y otro más arriba. Asustado comenzó a nada hacia la orilla que ahora se le antojaba ideal.

— ¿A dónde vas?— le saltó juguetón Aren a los hombros hundiéndole en el acto.

— ¿Eres imbécil?— gritó avergonzado por su falta de templanza.

— Si me lo dices tanto empezaré a creérmelo— canturreó con una mueca divertida que acabó siendo una sonrisa sutil.

Como la que se dibujó en los labios de Niels.

— Salgamos— propuso, bien, exigió suavemente el príncipe.

— ¿Ya?— Se quejó lastimero Aren subiéndose a horcajadas sobre el otro y enganchándose a él con sus pies en su baja espalda.

El miembro del de ojos de ceniza que ahora se revelaban mucho más oscuros, negros, se frotaba ante su abdomen, erecto.

Niels tragó saliva y no contestó. Solo miró a su compañero con poco respeto hacia la intimidad de los otros. Se acercó a él, poco a poco, sin perder el hilo de su mirada y con la respiración agitada.

Salvó la distancia entre labios y le besó. Fue casto, sordo, casi un roce. Se dio cuenta de que había cerrado los ojos y los abrió antes de separarse. Lo miró y parecía confuso.

— ¿Que has hecho?

Niels, azorado por lo ocurrido y ante el rechazo del chico se separó bruscamente de él y se puso a la defensiva. Salió del lago y se vistió la ropa interior y pantalones para disimular su excitación. Y cayó rendido al suelo, sentado con las piernas cruzadas.

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