//CAPÍTULO TRES//

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Llevaban tres días sin comer, y esa era la principal y única razón para haber dormido aquella noche. Llevaban un par de lunas circundando el lago y habían hallado pocos víveres. El pescado precisaba de herramientas para ser pescado, y los conejos y presas mayores se escondían entre los árboles. El sol les sorprendió desnudos, bajo las mantas que Niels llevaba en la bolsa. Este despertó al otro chico con brusquedad.

— Si no te separas de esas mantas te quedas aquí— sentenció el príncipe.

— ¿Y cómo dormirías sin las mantas? ¿Y sin mí?

Su relación había ido evolucionando, como las temperaturas y las horas de sol. Y cada vez se consideraban más cercanos, pese a no cesar sus continuas puyas, que nunca hacían con ánimo de ofensa.

Finalmente, tras refunfuñar un poco, consiguió movilizarlo, y retomar el camino.

— Vamos a adentrarnos en el bosque— explicó pensativo—, no conseguiremos mucha comida si permanecemos cerca del lago.

— Prefiero continuar por aquí.

— No hay muchos recursos por aquí, y a mí las bayas me revuelven el estómago aún más de lo que lo está. Y ya es decir.

— No, no por favor.

— ¿Quieres morir de hambre?

— No, pero ya conseguiremos comida por aquí, podemos intentar cazar peces con esos palos— sugirió señalando su carcaj.

— No digas tonterías.

— Ya vuelves a ser tan quejica como siempre.

— Cállate joder, si no quieres venir, no vengas. Tampoco te lo he pedido— lo segundo lo soltó con un tono más bajo.

— Por favor Niels— suplicó.

Pero el mencionado ya había emprendido su camino. Y Aren no tuvo ninguna alternativa más que seguirle, como había hecho hasta ahora.

Los minutos se sucedían y pasaban a ser horas, y el antes impertinente Aren parecía tener la boca cosida.

— Que, ¿ahora no hablas?— aunque le costase admitirlo, la conversa con su nuevo compañero de viajes solía hacérsela amena, normalmente.

— Niels— le llamó con preocupación— para.

— ¿Qué pasa?

Aren le sacó la casaca de cuero y le alzó el borde inferior de la camisa.

— Aren, estaría encantado en otro momento, pero te he dicho que por aquí hay conejos, y no podemos distraernos.

— Calla— la orden pareció tan suave que dudó si fue una sugerencia— he visto esta cicatriz tan fea que tienes en el abdomen, observa.

— ¿Qué cicatriz?

Pero antes de que este respondiera una lengua húmeda bailaba en su ombligo. Niels no estaba seguro de cómo reaccionar, por lo que no reaccionó y esperó a ver que pretendía.

La cabellera cenicienta se apartó. Alzó el rostro y le señaló su ombligo. De hecho no, le señalo el abdomen, donde hasta ese momento el ombligo lo coronaba. Hasta ese momento, porque parecía que se lo hubiese comido, había desaparecido.

Sin dar crédito se palpó donde solía estar su ombligo, creyendo que sus ojos le engañaban.

— ¿Qué has hecho?— como los abriese más, los ojos se le saldrían de la órbita.

— Te he curado.

— ¿Eres imbécil? ¡Mi ombligo! ¡Devuélvemelo brujo!— su exigencia vociferada pillo desprevenido al pobre chico, que al dar un paso atrás, tropezó con una raíz y cayó sentado al suelo— ¿Qué clase de alimaña eres? ¡Devuélvemelo!

— No, no puedo hacer eso— estaba temblando, él y su voz.

Niels agarró el arco y una flecha con avidez y velocidad y apuntó al chico.

— ¿Es que no me has oído? Deshaz el maleficio.

— Por favor Azo-

— No pronuncies mi nombre ser maligno. ¿Qué pretendes?— había un pequeño matiz de vacilación en sus palabras, duda si de verdad era correcto ese adjetivo.

Y entre el sudor de sus manos, el trote de su corazón y la presión del momento, el arco se destensó en una fracción de segundo, justo antes de que la flecha perforase el vientre de Aren.

— Mierda, mierda— soltó el arco, se mordió el labio y se acercó a él maldiciendo el momento en el que se puso a la defensiva— lo siento, lo siento, tranquilo, sobrevivirás.

Y ni siquiera él se planteó que pudiese estar mintiendo, porque pese a la gran cantidad de sangre que salía a borbotones antes de ser mitigada por su camisón destripado, deseaba con todas sus fuerzas que no fuese así.

— ¿Y si te lames? Aren, puedo coger tu saliva. Por favor. Dios. Saca la lengua.

— Niels— susurró— para. Llévame al lago.

Al ver la duda en los ojos del príncipe, Aren repitió el "llévame" para confirmar sus palabras. Niels consintió el último deseo del chico. Lo cargó en brazos, mucho más liviano de lo que imaginaba, y corrió a trabes de la arboleda, sorteando raíces y saltando sobre piedras. No descansó hasta vislumbrar las aguas del lago, en calma como las manos de un muerto.

— Aren, Aren, despierta, hemos llegado— alcanzó la orilla y la desesperación se filtraba cada vez más en su voz— Aren, por favor.

— Hace fa-falta algo más— intentó decir Aren con una sonrisa que era considerada inadecuada para el momento— que u-un palito.

Los cabellos cenicientos se mojaban en la parte trasera de la cabeza.

— Tira del palito— pronunció en un susurro apenas audible.

— Si hago eso te desangrarás, no puedo— le miró con la mirada perdida.

Y la que el chico moribundo le devolvió le hizo obedecer.

El aullido de dolor ahuyentó a una gaviota que merodeaba alrededor. Aren le sonrió y trató de arrastrarse hacia el interior del lago. Ante el estupor de su compañero, que no tenía fuerzas para retenerle, acabó hundiéndose bajo las aguas.

Justo antes de verlo desaparecer pareció entender un gracias en sus labios.

No comprendía nada, no llegaba a conclusiones, solo podía pensar en que si los papeles estuviesen invertidos, Aren arrugaría la nariz como solía. Y eso le llenaba y le vaciaba hasta un punto que dolía.

Y como buscar comida, como protegerse de las inclemencias del tiempo y beber agua habían pasado a un segundo plano, se encogió sobre sí mismo, se sujetó las piernas dobladas y bajó la cabeza. Con la miel de sus ojos bailando sobre la superficie tranquila y sombría del agua.

La paciencia duró hasta que un parpadeo dejó de serlo a mitad de camino, y cayó, dormido, agotado por aquella jornada surrealista. 

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