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Agosto 5, 1940.

Dos amigas regresaban de hacer las compras; Irène Vaudet y Aurore Gardin. Ambas jóvenes y desconocedoras del mundo que recién comenzaba, un mundo de guerra que les estaba arrebatando todo de poco a poco. A falta de tener que asistir a la escuela gracias a la presente invasión, tenían como obligación ejercer actividades que les correspondían al ser las menores de sus respectivas familias con lo mínimo que podían hacer; las compras diarias.

Caminaban una al lado de la otra, a lo largo de las rústicas calles de la ciudad de Allonnes; Sarthe un departamento (estado) de Francia. A la par, evitando contacto visual con cualquier soldado Alemán. Por más ridículo que pareciera, era considerada una forma de traición y si te atrevías a hacerlo serías el tema de conversación de las doncellas en Allonnes.

— ¿Qué tal es el...—Aurore Gardin no quería decir "soldado Alemán" en voz alta, ya que algunos de aquellos hombres sorprendían a los lugareños al entender Francés como todo un nativo
—que vive en casa de tu hermana?

Irène en seguida supuso a qué se refería y se refería a Theo Hanke, el soldado Alemán que vivía en casa de su hermana mayor Julie.

— Siéndote honesta, no he tenido la oportunidad de convivir con él.

Las palabras emanaban de la boca de la joven Irène de manera elocuente, razón principal que facilitaba el hecho de que Aurore le creyera.
Era quizás una respuesta corta, algo que ni ella misma podría creerse si estuviera en el lugar de su acompañante; como si albergar a un foráneo fuera lo más común del mundo durante la época.

Sobre todo eso, ella sabía bien que el sargento con quien compartía la casa era un patán y aún así, no veía el motivo para hacérselo saber a todo el mundo.

— El soldado que vive en mi casa es un caballero y llegué a la conclusión de que nunca conocí a un chico Francés que le igualase; ni siquiera un parisino y sabes que ellos son del tipo perfecto. He llegado a pensar en que si no estuviéramos bajo estas circunstancias, tarde o temprano nos hubiéramos encontrado...

Se expresaba Aurore de manera sonriente y sigilosa, se podía notar que al hablar de él sentía fascinación; tanto revuelo le causaba que al instante llegó a ruborizarse.

Era sentido común y tampoco era difícil descifrar el mensaje, Aurore estaba enamorada de un Alemán.
¿Qué tiene de malo? Se preguntaba Irène, quien al mismo tiempo recordaba la respuesta.
De manera objetiva, lo que Aurore sentía por el soldado era considerado un acto de traición; en cualquier caso, una perfidia mayor de parte de una chica como Aurore quien tenía un hermano menor que formaba parte de las tropas Francesas y que hasta ahora, no se conocía su paradero.
Irène se caracterizaba por su ser íntegro, era un imán de virtudes y valores. Uno de ellos era la solidaridad, por ello mismo sin importar nada de lo que los demás pensaran sobre Aurore, ella respetaría incondicionalmente la privacidad de su compañera con la excepción de que ella quisiera lo contrario.

Irène le sonrió enternecida, recordando que desde que conoció a Aurore no pudo evitar adorarla al instante. Ella poseía un ángel muy inocente, incapaz siquiera de hacer algo con el propósito de dañar a otros.

— Aurore, independientemente de lo que me estás diciendo quiero que actúes con convicción, te respetes y tengas cuidado con todos.

Mirando al tumulto que existía frente a ellas, se juntaban las personas que con frecuencia fingían ser agradables  con el único propósito de recibir algo a cambio. Pero, cuando algo sale mal, su única venganza es poner al resto en tu contra.

AMOR DE BARBARIE | Segunda Guerra MundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora