Capítulo 00; Prólogo

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•País del Klero.
14:23 horas.•

          Su caballo blanco salió a todo galope del reino hacía el pueblo del sureste, el joven de cabellos naranja y ojos semejantes a los de un rubí, había sido mandado a una misión de último momento.

Tras su espalda, cargaba una bolsa de tela desgastada por el tiempo que llevaba con ella.
          Un ramo de hojas estaba muy bien ocultó.

El Klero había pasado por graves problemas, entré ellos, la hambruna y el aumentó de impuestos.
Ahora, les era prácticamente imposible el mantener a los setenta mil habitantes que habían conseguido una vida tranquila, al menos, hasta ahora.

Los papeles que el joven lacayo llevaba consigo, trataban de realizar un acuerdo de paz con el reino de Apted. Ciudad vecina.
Era su último recurso, después de todo, si este tratado no era realizado, un golpe de estado les sería perjudicial. Tal vez, un golpe de tal magnitud, acabaría con el reino de Klero.

La carta, había sido escrita por el propio rey, pidiendo ayuda. En simples palabras, sus gritos casi traspasaban el papel pidiendo lástima hacía su reino que tal vez, pronto sería destruido.

•Reino de Apted.
17:15 horas. Mañana del primero de febrero.•

          —¡Mi querido rey! Un joven del reino del Klero a venido pidiendo clemencia.— Las puertas del gran salón, fueron abiertas estrepitosamente. —. Quiere hablar con usted de forma urgente.

La joven de ojos violetas se hincó una vez que vio ante sus ojos, el tan aclamado juego que su rey siempre jugaba con uno de sus sirvientes. Cayó en cuenta, de que había entrado en un muy mal momento.

—¿Del Klero, dices?— Más sin embargo, sus palabras tranquilas le hicieron entrar en un momento de serenidad.

—¡Así es!

La joven se levantó y miró a su rey, sus cabellos carmines se balancearon al son del viento una vez que posó su mirada por sobre de él.

—Hazlo pasar, no quiero perder tanto tiempo con él.— Un suspiró pesado salió de lo más profundo de su garganta.

Y tal como había dicho, la joven de mirada violeta salió del gran salón tras recibir estás indicaciones.

A aquel rey de carmines cabellos, le encantaba los tratos que siempre traían para él.
Pues terminaban siendo increíbles, fáciles de entender y fáciles de hacerlos a su favor.

[…]

          Sus ojos miraban cada una de las letras con suma atención, sus ojos no se apartaron en ningún momento de aquellas hojas hasta que finalmente llego al final.

—Así que, un tratado de paz, ¿He?

—¡Así es! Le ruego, ¡Por favor que nos ayude!

Sus pálidas manos, sujetaban el conjunto de papeles que yacían frente a su rostro.

Lo que el reino de Klero pedía, era demasiado. Incluso, tal vez pasaba de los límites a lo que el reino de Apted podía aceptar.

Sin embargo, era una propuesta demasiado tentativa. Aceptar le traería demasiados problemas, pero también, estaba seguro de obtener demasiada diversión.

—Bien, puedo recibir a todas éstas personas, pero, ¿Yo qué gano a cambio?

Mantener a más de la mitad de la población del reino vecino, podría llevarlos incluso a la ruina.

Era una decisión, que el rey de Apted, debía de pensar con sumo cuidado.

En su mente, repasaba una y otra vez las consecuencias y beneficios que este tratado le podría traer a su reino.

—¡Dinero y súbditos! ¡Todo lo que usted deseé!

Mientras estás palabras de clemencia eran dichas, los ojos carmines de aquel rey, repasaron el contrató una vez más.

Dinero, tal vez le beneficiaría, súbditos, más voces de aliento a su persona no le harían nada mal.

—Si voy a aceptar esto, quiero que dos reglas queden bien claras. Uno; No permitiré el paso gratis. Habrá una cuota. Y dos; Todos los habitantes que lleguen, deberán trabajar y pagar impuestos.

No necesitaba nada más, el joven que yacía arrodillado, sonrió con victoria plasmada en su rostro.
Después de todo, no tenían nada más que perder.

Sería solo hasta que el reino de Klero haya restaurado su economía.

—¡Aceptó!

Y tras este acuerdo, el contrató fue firmado.

El acto de paz y unión, estaba completado.

•Dos semanas después.
Entrada hacía el reino de Apted.•

Un joven de cabellos celestes, que cargaba dos bolsas viejas llenas de ropa y utensilios que necesitaría, se hallaba de pié en la entrada del reino que sería su nuevo hogar.

Un ambiente calmado y alegré envolvía su entorno.

Habían grandes casas hechas de madera, tiendas con artículos que pronto requeriría e incluso, algunos aclamaban por nuevos ayudantes de trabajo.

Era un lugar alegré y tranquilo. Los colores que sus ojos vislumbraban, eran atrayentes.

—¡Es tiempo de iniciar!— Se dijo con sumo entusiasmo.

Mi amado rey.© [Ansatsu Kyoushitsu]. EDITADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora