III

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Ya había vuelto del río, estaba fresco y limpio, olía mejor y me sentía con la fuerza de mil hombres. Entro a la carpa y me dirijo con miedo hacía mí morocha amiga, tanto ella como yo no teníamos nombre, familia o algún lugar al cual ir fuera del circo. Le toco el hombro con la intención de llamar su atención para que me diera el traje que debía usar, puesto que ella se encargaba de confeccionarlos. La castaña se sobresalta, girándose hacía mí dirección y jalándome de un mechón de pelo, furiosa, me lleva hacia los cambiadores.

—¡Cuarenta y tres minutos tarde! —vocifera en mí oído y los dientes me chirrian— ¡Tu función empieza en veintisiete minutos! ¡Ve a cambiarte en este instante! —me da una nalgada que me deja ardiendo y me tira el traje que debo ponerme para luego pegarme con su bastón y dejarme en un rincón, donde me encuentro con algunos de mis compañeros, también alistandose.

—¡Hasta aquí se ha escuchado la bronca! —se burla Ty quién mostraba toda su desnudez, sin problemas y hasta podría decirse orgulloso, alto y con el cabello oscuro hasta la espalda baja, me revuelve el pelo y me guiña un ojo—. Podrá ser ciega, pero no es ninguna tonta, deberías intentar no hacerla enojar.

—Miren quien lo dice ¿Te ha dejado de doler el correazo que te dió Feng? —se mofa Óscar, mientras yo noto la marca rojiza a lo ancho de toda la espalda del más alto—. Deja al niño tranquilo.

—¿Niño? ¿Yo? ¡Si soy mayor que tú! —me indigno, mientras intento colocar cada prenda en su lugar, lo cual era difícil con la mirada de ambos burlándose de mi—. ¿Se puede saber que mierda les causa tanta gracia?

—Nada, solo admiramos tu linda espalda llena de rasguños —y con eso ambos ya vestidos, maquillados y preparados, se fueron dejándome solo.

—¡Pudranse! —grité molesto, el comentario me había tomado por sorpresa, escuché sus risas a lo lejos y como Feng hacía de presentador, llamándolos a ambos a iniciar con su función.

Yo estoy casi listo, llevo puesta una blusa ceñida al cuerpo, que deja mis costillas y abdomen al descubierto, con cintas que parten de los costados de la blusa y que están unidas a mis brazos por brazaletes que me dan esa soltura tan característica.
La parte de abajo consta de unos pantaloncillos ceñidos negros que terminan en mis rodillas y un cinturón que se divide en cinco diferentes y largas tiras en forma de lágrima, las cuales al final llevan un cascabél. Sin duda la parte de abajo era similar a una flor. Aquel conjunto tenía decoraciones en dorado y rojo, pareciendo un gladiolo.

Esto solo hacía evidente qué, cuando hay talento y voluntad, ningún impedimento era suficiente. Y menos para aquella mujer con carácter de dragón.

El peinado no se me dificultó, era simplemente una cola de caballo con cintas naranjas que formaban una mariposa. Lo realmente complicado fue el maquillaje, sabiendo que el espectáculo estaba por terminar, me preocupé por pintar mis piernas con tribales de color verde esmeralda, a juego con mis ojos. Pero no pude comenzar con los brazos cuando la castaña llegó vociferando.

—¡Tienes quince segundos para dar tu función si no quieres ser la cena! —la muchacha llena de trenzas, rastas y plumas se aparece de la nada detrás mío, la seguí hacia donde era mí lugar en el show. Subimos una escalera y me tiede la mano para que me sentase en el trapecio, lo hago aún con el estómago dando maromas dentro mio, como la primera vez—. Suerte, Baböchka —y con una palmada en la espalda, desaparece dejandome solo con los recuerdos que ese apodo, lo cual era lo más cercano que tendría jamás a un nombre, evovacaba en mí junto con la mujer que me lo había dado y me había enseñado todo lo que sabía hasta ahora.

»𝐸𝑛𝑐𝑎𝑛𝑑𝑖𝑙𝑎𝑠 𝑐𝑜𝑛 𝑡𝑢 𝑏𝑒𝑙𝑙𝑒𝑧𝑎, 𝑖𝑛𝑐𝑖𝑡𝑎𝑠 𝑎 𝑙𝑎 𝑝𝑟𝑜𝑡𝑒𝑐𝑐𝑖𝑜́𝑛 𝑐𝑜𝑛 𝑡𝑢 𝑓𝑟𝑎𝑔𝑖𝑙𝑖𝑑𝑎𝑑, ℎ𝑒𝑐ℎ𝑖𝑧𝑎𝑠 𝑐𝑜𝑛 𝑡𝑢 𝑒𝑙𝑒𝑔𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑦 𝑣𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑓𝑙𝑜𝑟 𝑒𝑛 𝑓𝑙𝑜𝑟 𝑐𝑜𝑞𝑢𝑒𝑡𝑒𝑎𝑛𝑑𝑜. 𝐸𝑟𝑒𝑠 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑢𝑛𝑎 𝑚𝑎𝑟𝑖𝑝𝑜𝑠𝑎, 𝑒𝑟𝑒𝑠 𝑩𝒂𝒃𝒐̈𝒄𝒉𝒌𝒂«

Una sonrisa se forma en mí rostro al mismo instante que intensas y ardientes llamaradas me alumbran, esa es mí señal. Me paro en el delgado caño del trapecio, contemplando a la audiencia durante un segundo, hago una reverencia y me desvanezco en la oscuridad.                 
                       
Me lanzo al vacío, aquel que algunos ven con miedo y desesperanza. En cambio mí vacío está lleno de vida y emociones. Mis manos aferradas al trapecio son invadidas por cosquilleos. El balanceo es rápido y preciso, me lanzo de un lado a otro mediante aquel instrumento, dando vueltas sobre mí mismo, parándome sobre mis brazos y torciendo mis piernas, invirtiendo la posición y sosteniendome con mis pies para hacer trazos con las telas de mis brazos, saltando, girando, balanceandome entre los gritos asombrados de la muchedumbre. Omar prende fuego tres aros con la boca y Ty los lanza de manera que cuando yo saltase de un trapecio a otro, pasase por ellos dando vueltas y maromas. Lo hago perfectamente bien con los aplausos del público en mis oídos y ni un solo cabello fuera de lugar.

Luego de unos minutos de hacer que los espectadores se mordiesen hasta las cutículas, es hora del gran final. Con mis pies siendo mí único soporte para no caer a una altura que me aseguraría la muerte, me balanceo hacia la multitud, paso por encima de sus cabezas con mí enorme sonrisa. Salto hacía el último trapecio, el del centro y el más grueso, donde me impulso hacía arriba, llegando casi a tocar el límite de la carpa, mí traje se sube dando la impresión de que tengo alas y en mí caída, Ty finaliza con una enorme explosión de colores y yo desaparezco del centro de atención. Me aferró a una tela que funciona para esta parte de la función y aterrizó con el corazón en la boca por la adrenalina.

Aún con los oídos retumbandome con el sonido de los aplausos y nuestros nombres, los cuales estaban escritos en los folletos, siendo aclamado por el publico, veo como miles de flores son regadas por el escenario.

—Creo que lo hicimos bien —murmuro para mí mismo, sintiéndome inmensamente feliz—. A veces desearía que pudieras verme —le digo a nadie que siga en este plano, con dolor en el corazón.

Corazón itineranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora