II

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El descanso fue mucho mas breve de lo que me hubiera gustado, aún sentía los musculos agarrotados cuando los rayos del sol llegaron con plenitud a su máximo punto en el cielo. Haciendo que René y Omar me agarrasen uno de cada brazo, arrastrándome rumbo a la ciudad para que empezacemos a publicitarnos.
Ambos traíamos un morral marrón con los folletos y carteles, a diferencia nuestra, Omar llevaba también un frasco con pegamento.
Nos alejamos de lo qué, dentro de unas horas, sería nuestra imponente carpa, y yo no pude evitar recordar la ultima vez que ayudé con la organización del lugar, fue hace varios años atrás y terminé quemando al otro tigre de bengala que teníamos; éste se escapó y nunca mas lo volvimos a ver. Hasta el día de hoy Euríale sigue enojadisima conmigo.

A pesar de que había estado todo el viaje ansioso por llegar a la ciudad, mí parte favorita no era repartir folletos. Las miradas prejuiciosas de la gente al ver mí ropaje nunca han dejado de incomodarme. Pero trabajo es trabajo, así que les daba volantes a todos los transeúntes con mí mejor sonrisa.

En medio de mí tarea, veo como un gigantesco carruaje, con tres corceles de tonalidades crema, se detiene justo frente mío, o mejor dicho, enfrente de la gran casa que tengo detrás. Del vehículo sale una muchacha con un vestido color manteca, una capelina blanca y un rostro demasiado angelical para ser real, con las mejillas sonrosadas y la piel cual porcelana. Da órdenes a su lacayo quien parece no poder con las tres maletas de la jovencita. Todo en su apariencia y actuar grita dinero, así que con un nudo en la boca del estómago, me dirijo hacia ella, con la mano que extiende un folleto temblando ligeramente. Las personas como ella no solían ser fáciles de complacer.

Y me desagradaba tratar con ellas tanto como una lanza entre las costillas.

—¡Buenos días señorita! —con mí sonrisa deslumbrante y mí voz aterciopelada llamo su atención, tendiendole el papel y utilizando todas las frases que me han funcionado hasta entonces—. Vengo a ofrecerle la oportunidad de poder presenciar esta noche un espectáculo que le dejará sin habla ¡Magos y acróbatas! ¡Hijos del fuego y exóticos animales! El circo más famoso de todos, quienes han estado en todo el mundo inclusive en el palacio del rey Jaravh–

—Demuestralo —interrumpe súbitamente mí monólogo y me quedo en blanco.

—¿Eh? —Me quedo atónito, sin saber que decir ante su propuesta, miro hacia mí izquierda, donde René me observa sin habla, al final asiente—. Normalmente los espectáculos callejeros los damos a la tarde, pero como se nota que es una dama de buen gusto, será un honor —halago para ablandarla un poco, su rostro imperturbable corta mí respiración.

Guardo los pocos folletos que me quedan en el morral y se lo tiendo a René, me carcome que Omar no esté cerca, el sabría cómo sacarme de esta situación. Al final me posiciono en medio de la pequeña muchedumbre que se ha arremoliando a nuestro alrededor luego de escuchar mí escandalosa verborragia. Me inquieta el echo de que mí fuerte se encuentra en el trapecio, pero cierro los ojos y dejo que los años como contorsionista y bailarín fluyan por mi cuerpo y los recuerdos de lo que he echo miles de veces me invadan, para volver a repetir las mismas acciones con la gracia de siempre.

Mis ropas me complican la tarea, llevo una camisa con cuello alto, espalda abierta, la cual se ajusta al final, y sin ningún tipo de mangas. En la cintura tengo un cinturón cuya tela cae del lado de mí muslo derecho. Mis piernas eran recubiertas por una ajustada tela negra que terminaba debajo de la rodilla. Iba descalzo y con todo, salvo el pantalón, gris.
La ropa más llamativa se usaba a la tarde para los espectáculos callejeros o para las funciones, y yo en este momento llevaba las peores prendas para bailar.

Pero sin querer hacer esperar más al tumulto de gente que cada vez aumentaba más, empecé a moverme lentamente, acariciando mis brazos y rezando por poder ofrecer un espectáculo decente y dar ese toque de elegancia que nos carácterizaba. Levantaba una pierna en el aire y giraba, doblando mí cintura y arqueando perfectamente la espalda, con aquel equilibrio que me había costado varias quebraduras conseguir.

Enredaba mis piernas y brazos y me retorcía, consiguiendo lograr un sentimiento tanto desagradable como fascinante en el morbo de los espectadores. Deslizandome por el suelo, lentamente, quebrando los hombros y la cadera de manera que se vea desencajado, para volver a su posición original, logrando que varios espectadores traguen saliva ruidosamente. Me paro de manos y abro mis piernas en posturas que parecen tanto dolorosas como imposibles. Levantandome de un salto y giro sobre mi mismo en circulos y en puntas de pie hasta marear al publico. Salto y me doblo, intentando ser tanto sensual como sorprendente, la idea era atraerlos, hacerles desear más.

Y no liarla en el proceso, si era posible.

Al final termino aumentando el ritmo, moviendo mis pies y manos al ritmo del tambor que sentía en mis oídos, sin saber si el ruido provenía de mí corazón acelerado o de algún músico cercano. Pero aprovecho la situación y bailo dándolo todo, moviendo cada músculo de mí cuerpo al fuerte sonar, ganándome silbidos y aplausos. Termino con las piernas temblando y los brazos en alto mirando al cielo, sudando.

No escuché los aplausos, pues mis oídos solo captan un pitido extraño, pero puedo ver a la gente entusiasmada dejándola a René sin ni un solo folleto. La señorita se acerca hacía mí con una sonrisa radiante.

—¡Ha logrado asombrarme! —chilla sonrosada, parece hasta más agitada que yo— .Sin duda alguna estaremos allí —y dejándome con la respiración jadeante y con la duda de con quién irá, la muchachita entra a la finca que tengo detrás.

Yo me desplomo en el suelo, sin aire y con las felicitaciones de René por haber podido dar un buen espectáculo aún con el sol friendome la cara y el árido suelo quemándome las plantas de los pies. No había sentido dolor alguno hasta ahora y me arrepentía de haberme sobreesforzado. Ahora tendría que volver al río antes del anochecer, si no quería espantar al público con mí olor.

—Esa arpía se ha quedado sin palabras —canturreó René, y yo terminé descolocado por su insulto que consideraba excesivo. Pero el cansancio me impide preguntarle sobre eso, ignorando por completo algo que parecía importante.

Corazón itineranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora