III: El ayudante

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Por la mañana, Ranma volvió a preparar su vestido, Nabiki había accedido a alquilárselo a un módico precio por el tiempo que durase esa moda suya. Al salir del cuarto se encontró con Akane, quien llevaba en brazos a P-chan.

—Buenos días, Ranma, ¿hoy también irás así?

—Ya te lo dije, mi decisión está tomada. Vamos a desayunar.

Bajaron hasta el comedor y un silencio se apoderó del pequeño salón, saludos en voz baja se levantaron, pero nadie parecía muy cómodo ante la presencia de la chica pelirroja. Ranma tomó su desayuno sin decir nada y salió antes que las demás, aceleró el paso para asegurarse de que iría solo hasta la escuela. Nadie más que él podía entender lo que le pasaba, lo que sentía en su cuerpo y en su corazón.

Subió a la reja que separaba el asfalto del río y observó su reflejo en el agua, se sentía mal, ridículo, incomprendido. Escuchó unas voces y vio que dos chicos de su escuela se acercaban hacia donde él estaba, comiendo unas crepas. Bajó de la reja y los interceptó con una sonrisa.

—Buenos días, chicos —les dijo—, ¿qué tienen ahí?

Los muchachos tartamudearon al saludar por cusa del sorpresivo encuentro, y finalmente dijeron: —Estamos desayunando.

—Oh, se ven muy ricas —dijo Ranma con una dulce voz—, ¿me convidan?

Las crepas no tardaron ni diez segundos en estar en sus manos, Ranma las devoró lentamente frente a sus espectadores, observando cómo éstos lo miraban y se sonrojaban mientras él jugaba con la crema y suspiraba a cada bocado. Luego de haber montado la escena se despidió y corrió hasta un lugar desierto para reír; ver a esos chicos embelesados por su belleza le había hecho recobrar por un momento la confianza que tenía sobre su cuerpo. Rió un rato y luego se sentó en el suelo, desanimado; no importaba cuántos hombres cautivase si no era el que él quería.

Llegó a la escuela un poco tarde, y en el recreo sus compañeros varones se arremolinaron a su alrededor, lo que, a pesar de asfixiarlo, le levantaba la autoestima. La hermosa figura que ostentaba, el color de su cabello, su dulce voz y la fuerza que demostró al patear a Kuno en la cara esa tarde lo hicieron acreedor de una creciente fama.

Volvió a casa y evitó cenar con la familia otra vez, yendo directamente al cuarto de baño. Esa noche no vio a P-chan por ningún lado, supuso que estaría durmiendo entre las sábanas de Akane, o acurrucado en sus pequeños pechos. Ese pensamiento lo deprimió.

El día siguiente sería sábado y por lo tanto no tendría escuela, así que decidió hablar con Akane para ver si le prestaba alguna de sus ropas casuales. Al mismo tiempo que abrió la puerta de su cuarto para ir a verla se encontró con ella, quien venía a buscarlo con P-chan en brazos.

—Ranma, ¿puedo pasar? —Su voz reveló un tono calmo pero angustiado.

—Tú sí, pero P-chan se queda afuera —contestó apuntando al animal, que chilló en desacuerdo.

—Anda, no seas malo —dijo, entrando con todo y cerdito.

Ranma se resignó y permitió entrar a ambos a la habitación, Akane se sentó en los tatamis mientras seguía abrazando a P-chan.

—Y bien, ¿qué quieres? –Interrogó Ranma.

—Ranma, estás actuando muy extraño, todos estamos preocupados por ti. Por favor, dime qué te pasa.

Ranma se sentó en el suelo y miró a P-chan, quien le devolvió la mirada.

—No puedes entenderlo... —dijo finalmente.

Akane notó la tristeza en los ojos de su amigo y se compadeció de él. Le tocó la mano en señal de apoyo y le habló con una voz muy dulce.

—Sabes que puedes contar conmigo si quieres decirme algo.

Los sentimientos de una chica [Ranma 1/2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora