Le habían hecho daño. La habían defraudado. Había confiado en quien no debía y ahora estaba sufriendo las consecuencias.
Pero no por elección propia.
Un día conoció a alguien que le hizo sentir en la cima del mundo. Pero poco a poco se fue dando cuenta de que su mundo era mucho más pequeño que el de los demás.
Y entonces se empezó a sentir inferior. Pequeña. Irrelevante. Ínfima.
Y comenzó a ver a los demás como seres superiores, y no como iguales.
Y cada vez que quería encontrar a los demás, tenía que mirar hacia arriba.
Y un día le rompieron el corazón. Se lo resquebrajaron. Lo destrozaron. Lo despedazaron.
Y después, lo esparcieron por el suelo.
Y tan acostumbrada estaba a mirar hacia arriba que fue incapaz de bajar la cabeza y encontrarlo. No se rindió, lo buscó minuciosamente por el cielo, donde siempre lo buscaba todo. Donde estaban los demás.
Y a cada paso que daba, pisaba los pedacitos de su propia alma que habían sido arrojados al suelo. Hay quien dice que nunca llegó a darse cuenta.
Un día encontró a alguien que le quiso ayudar, pero ella ya no tenía corazón. Así que le robó el suyo a la otra persona y lo usó como si fuera propio.
Se lo puso en el pecho, entre las costillas y encima de los pulmones, justo donde debía ir. Pero no iba a dejar que volvieran a rompérselo, así que lo endureció, lo volvió frío e impenetrable.
Y entonces dejó de tener que mirar hacia arriba para ver a los demás.
Se había vuelto mala. Fría. Cruel. Antipática.
Pero no le importaba. Porque ahora estaba a la altura del resto.
Y por primera vez en mucho tiempo, ya no tenía miedo, porque sabía que ni el peor de los infiernos, -el más caliente, abrasador e ígneo- podría derretir el hielo de su corazón, y tenía por seguro que ni la peor de las llamaradas, soplada por el mismísimo diablo, podría calcinar de nuevo su alma.
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Reflexiones cortas
PoetryPensamientos, sentimientos y opiniones. Microrrelatos, historias y poemas.