V.

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Son las 5 de la tarde. Un par de minutos más, un par de minutos menos. La batería de mi celular esta tan baja como mis energías. La nevera está vacía, es la vez número quince que la reviso en los últimos treinta minutos. Fue en la quinta que perdí el móvil, y en la octava, que lo encontré junto al tarro de mayonesa. La casa está sola, a excepción de mi cachorro que duerme en la habitación de visitas. Acomodé un mechón de cabello rebelde junto a mi cabellera en la parte trasera con mi mano izquierda mientras la otra sostenía la puerta del refrigerador. La cerré de nuevo.
Liberé un suspiro. El teléfono fijo timbró desde la sala y corrí a responder.

Era él.
Me preguntó cómo estaba. Y yo dije que estaba bien. Le mentí, no puedo creer que lo haya hecho. Algo en su voz me decía que él tampoco estaba bien, pero escucharla me reconfortó. Me preguntó si quería salir y despejarme un rato. ¿Pero porqué salir si el mundo entero ya me odia?
—Ahora no.
—¿Entonces te quedarás en casa todo el día?
—Sí.
—No quiero verte así. Por favor.

Y terminé la llamada. No escucharía nada más de mí ni yo nada más de él.
Estaba por tomar el computador, pero con tan solo verlo me venían malos recuerdos. La televisión estaba apagada. Toda la construcción estaba inundada en silencio. Y me eché a llorar. A llorar como nunca antes lo había hecho. A llorar sabiendo que nadie me escucharía, y podría hacerlo sin tener que darle explicaciones a nadie. Sentada en la alfombra del piso, cubriendo mi rostro con ambas manos y con la espalda recargada en el sofá.
Sentí un pelaje acariciando mi antebrazo. Era mi mejor amigo. El que no me iba a criticar por lo que hacía. El que no me llamaría traidora. El que no me llamaría zorra; Mi perro.
Luego comenzó a lamer mi brazo, y escuché como lloraba también. 
Acaricié su cabeza, y él se dejó acariciar. Mis ojos estaban rojos, los suyos también. Lo llevé a mis piernas, y se acurrucó entre ellas y mi vientre. 

—Eres mi ángel guardian.—susurré.
Sabía que no podía entenderme. Pero quería transmitirle mis agradecimientos. Y liberó unos sonidos, que parecían ser una respuesta.
Ahora el móvil sonó. El identificador de llamadas mostró la imagen que tenía de ambos. Él y yo. Lo ignoré y lo tiré lejos. El sonido de éste contra el suelo interrumpió el silencio en el que Ginger y yo estabamos envueltos e hizo que el pequeño se levantara en modo de alarma. Acaricié su espalda y volvió a acurrucarse.

Mis ojos seguían rojos. El teléfono fijo timbró de nuevo. Él estaba buscandome, pero si bien me conocía, sabía que no contestaría. Luego escuché un sonido diferente. Un mensaje. No de él. No era de ninguna de ellas tampoco. Ginger se levantó y avanzó hasta donde el móvil había terminado en el suelo. Y yo gateé hasta él, lo recogí y el número parecía desconocido.

"Las estrellas sólo son visibles en la noche".

Y todo se volvió a blanco y negro. Y después más negro. Y más. Pero cuando acordé yo estaba en el suelo.
Desperté.
Había ocho hermosas chicas alrededor de mi cama. Me aseguré de que estuvieran todas y, lo estaban. Espera. ¿Qué hago en cama?
¿El cachorro está bien? Sí, está bien. Estaba junto a mí, dormido junto a mi almohada.
Son las diez y cuarto. Al parecer caí dormida. Las chicas parecían exhaustas, sus ojos estaban rojos y tenían bolsas debajo de los ojos. Todas. No había una que no las tuviera.

Se miraron entre sí. Había algo en sus miradas. No parecían sonreír, parecían guardar una mala noticia, pero no querían decirme.
—Despertaste.—dijo la menor acercándose a mí, del lado contrario de donde se encontraba descanzando mi mascota, tomó mi mano y se sentó.

La más alta también se acercó, y puso ambas manos sobre los hombros de la que se encontraba sentada. Apretó los labios entre sí y no dijo nada. No pronunció ni una sola palabra.

—Ellos lo hicieron.—por fin pronunció la de labios abultados y cabello corto.—Lo están dando todo por tí.—

5:00 PM: Taste of SolitudeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora