Parte 1

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TaeHyung tarareaba una canción que continuamente cantaban en su comunidad cuando tenían miedo. Era una canción sin letra, una simple tonada, tan simple que calmaba sus corazones apesadumbrados. La especie de Tae se caracterizaba por ser pacífica, amable, bondadosa, ser lo que eran: ángeles. Seres de luz, de tranquilidad y con poderes inimaginables; los que desearían cualquier mortal. El ángel tarareaba sin cesar, todo el tiempo, cuando su garganta no estaba seca y su lengua no se pegaba a su paladar. Él se mecía de un lado a otro bajo la luz de aquel vitral que estaba en el techo. Un hermoso diseño de una rosa de los vientos marcando los cuatro puntos cardinales y en cada cuadrante que se formaba un círculo se asomaba. Los colores se asemejaban a los de un arcoíris después de una lluvia a medio atardecer. En el primer círculo de la izquierda superior, la gama de rosas predominaba; en el de la derecha superior, la gama de azules y púrpuras; en el de la derecha inferior, los verdes y en el de la izquierda inferior tonos anaranjados.

Todos esos colores le iluminaban cada día y Tae los miraba con consuelo. Porque en medio de tanta oscuridad, de tanto dolor y soledad, él podía ver los colores.

En ese momento estaba cabizbajo, continuando con su canción y meciéndose, haciendo que el tintinar de los grilletes y esposas, armonizaran con su canto. Y estaba logrando alejar pensamientos impuros y horripilantes, cuando la única puerta que había en ese encierro se abrió. TaeHyung se detuvo y no elevó su rostro para ver quién se acercaba a paso lento. No hacía falta, él podía reconocer esa aura en cualquier lado; esa que fue causante de estar atrapado.

No la quería maldecir, pero deseaba hacerlo desde el fondo de su corazón.

El aroma inconfundible de la tentación se abrió paso en sus sentidos, provocando que cerrara los ojos con fuerza, negándose a mirar a su cuidador. No, no lo miraría, porque sabía que volvería a perderse a sí mismo.

—Hola —habló el otro, estremeciéndolo por su timbre delicado, tranquilo y suave.

Tae se llevó sus manos temblorosas y heridas a sus orejas, creyendo por milésima vez que así no escucharía tan peligrosa voz.

—¿Tae? —insistió aquél que estaba frente a él y que no quería ver.

—Ve...te —formuló con dificultad el ángel.

Percibió cómo el otro se acuclillaba, buscando contacto visual, buscándolo con descaro. TaeHyung se alejó lo más que sus fuerzas le permitieron, simplemente haciéndose más heridas en sus tobillos mallugados.

—Mírame, Tae —pidió calmo el otro, tomando uno de sus antebrazos y forzándolo a retirar su mano de su oreja. —Mírame, por favor —insistió con frustración.

—¡No! ¡Aléjate! —logró articular TaeHyung, llorando como cada vez que le herían.

—Tae, tranquilízate.

—No, no, por favor... ya no más —imploraba el ángel. —Mátame, JiMin, mátame. Te lo suplico.

El aludido se tensó al escuchar tal imploro y contuvo la respiración para no perder la calma que realmente no tenía, pero que siempre mostraba. Le dolía ver al rubio en ese estado, le dolía porque no tenía que estar ahí en primer lugar. Fue engañado, fue traicionado y JiMin fue el medio. JiMin realmente no quiso hacerlo, había ideado la manera de alejar al curioso ángel de todo peligro, pero JiMin egoístamente no lo hizo. Su amo le había hecho una oferta que no pudo rechazar porque él había deseado tanto esa oportunidad. Pero, como siempre, el mortal volvió a engañarle y hacerle perder toda esperanza.

JiMin era el un en esa casa tan llena de lujos como de perversión. No había día que no estuviese arrepentido por todo lo que había hecho movido por una falsa esperanza.

Suave Estigma [BTS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora