Prólogo

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Me gustaría mentir, pero eso es algo que nunca se me ha dado bien. Me gustaría adornar la verdad, poder engañaros tanto a vosotros como a mí mismo y pensar que todo va bien, pero la realidad a la que me toca enfrentarme cada día no es así. El mundo perdió el sentido para mí hace bastante, sentado en un callejón, más colocado que consciente, rodeado de yonkis y agujas. No sé por que lo hacía, solo sabía que gracias a ello podía seguir mi día a día.

Pero entonces la conocí.

La primera vez que la vi fue una noche, sentado en un banco del parque a altas horas de la madrugada. Tenía los ojos rojos, los oídos me pitaban, todo eran manchas y colores, pero a pesar de eso, a pesar de mi estado, en cuanto la vi lo único que pude pensar es, ''que jodidamente hermosa que es''. No era algo solo físico, se veía en su invisible aura que la rodeaba, te absorbía al momento, incitándote a imaginar, a desear y a ser feliz. No la conocía, no sabía quien era, pero en cuanto se sentó a mi lado supe que no quería que se levantara jamás.

-¿Cuántas estrellas crees que se ven esta noche?- fue lo primero que dijo. Yo no me encontraba en condiciones de razonar, no estaba del todo ido, pero tampoco estaba bien. De haberlo estado quizás habría mirado raro a una desconocida que sentaba a mi lado en un parque a las seis de la mañana, quizás habría pensado que quería reírse de mí o que las estrellas eran una metáfora. Quizás me hubiera reído mientras pensaba que menuda forma más rara de intentar ligar, quizás hubieran pasado muchas cosas. Pero no fue así.

-Hay tantas que no puedo contarlas. Hay un moontonazoo...-dije como pude, alargando las letras inconscientemente.

-Una vez oí que cada estrella es un sueño cumplido, cuanto más feliz a hecho a su proveedor, más brilla. Es bonito pensar así, dan ganas de soñar e imaginar para poder tener tu propia estrella.

Su voz era dulce, llena de esperanza, era especial.

Ella lo era.

Se recostó en el banco, echa un ovillo, con la cabeza apoyada sobre sus manos y sus largos cabellos oscuros cayendo como una cascada hasta el suelo. No pareció estar cómoda con la postura, pues de repente bajó del banco y se tumbó sobre la hierba.

-¿Vienes?-me ofreció levantando la voz para que la oyera pero sin perder ese precioso y melodioso timbre.

No la contesté, me limité a encogerme de hombros y dirigirme hacía allí. Me tumbé junto a ella, en silencio, limitándome a observar el cielo nocturno. Y a pesar de estar encerrado en mi mundo, ausente, muy lejos de donde mi cuerpo físico se encontraba, miré las estrellas por primera vez en mucho tiempo de verdad. Y la verdad es que nunca antes me habían parecido tan brillantes ni hermosas.

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En colaboración con azulinvernal

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