Primer Tormenta

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Su pelo es esponjoso y suave. Su cabeza reposa en mi hombro derecho, al final si terminé llevándolo como en El Guardaespaldas. En parte me da un poco de risa. Es de madrugada, estoy agotado.

Respiro el fresco aire lleno de hollín de la ciudad, abro la puerta del acompañante de su auto.

Había venido con la excusa de devolvérselo ya que la mañana anterior se había ido a pie y sin darme cuenta, lo rescaté. Nos rescaté. Lo dejo sentado allí. Le coloco encima mi buzo, sólo tiene puesto la ropa interior que pude encontrarle en ese chiquero.

Estoy bañado en sangre seca. Arranco el automóvil y desaparecemos de los curiosos ojos nocturnos.

Nadie preguntó qué pasó cuando salí caminando de ese lugar de mierda.
Llegamos al edificio, lo subo en silencio. Es hermoso.

Lo recuesto en mi tina, lo limpio como puedo, está muy golpeado. Pero es hermoso.

Lo higienizo, me duele el pecho. Todavía está inconsciente. Le pongo ropa mía de entrecasa y lo dejo dormir en mi cama.

Me veo por primera vez en el espejo. Me sigue dando risa. Siento que tengo nuevamente 15 años. Tengo serios moretones, pero ellos quedaron peor.

Me doy una ducha, el agua es roja. Como sus ojos. Dios, es hermoso.
Curo las heridas, las esterilizo. Me siento en la tapa del inodoro. Quiero llorar. Por él, por mi, por Midoriya, por todos nosotros.

Ya no soy tan duro y frío como antes...

Me arrastro hasta mi escondite y saco la cajetilla de detrás del sillón. Me quedan 5.

Son las 4 de la madrugada. Estuve una hora sentado en el baño sin darme cuenta, enciendo el cigarro y doy un par de bocanadas antes de que las imágenes de lo que pasó vuelvan a perturbarme.

Me odio, me odio porque me dejé llevar por mis sentimientos por alguien que conozco hace dos días. Pero al fin, alguien que me devolvió algo que creía perdido. La colilla cae al vacío oscuro de la calle. El cielo está despejado, las estrellas son casi invisibles por las fuertes luces de la ciudad.

Su tibia frente se apoyó en mi nuca, sujetó mi cintura.

- Gracias.

Fue seco, casi doloroso. Siento que llueve en mi espalda. Es una lluvia salada, ahogada y pausada. La dejo bañarme, siento su furia e indignación. Lo siento roto. Está tronando.

Enciendo otro cigarro. La lluvia es más intensa a medida que la nicotina me quema los pulmones. Yo también llovizno. Es un dueto de tempestades contenidas.

Otra colilla que cae al vacío, junto con nuestra tormenta.

Sujeto su mano y lo llevo a la habitación. Nos recostamos en un caos oscuro. Abrazo su espalda, está hecho un ovillo que no para de ahogarse y morirse. Clama por una mujer, escucho su corazón gritar y explotar de ira.

La tormenta cesa, las nubes se disipan y sólo queda un despojo humano entre mis brazos. Quiero decir algo...

- No digas nada. - Gruñe. Lo siento descansar, es hermoso.

El sueño nos vence.

Estoy feliz que sea él quien comparte esta gélida cama.

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Me duele todo. No me sale ninguna palabra. Ni siquiera un insulto.
Su habitación es cálida. Toda la noche fue cálido.

El sol se cuela por la cortina, un aroma dulce me despabila. Corro la manta y tengo puesto un pantalón de algodón azul y una camiseta verde.

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