Capítulo III - Una flor de Venganza.

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Por un momento Krill no pudo evitar seguir mirando aquella escena. Las bestias del lago continuaban su lucha por los pocos restos que aún pudiesen comer. Debía de ser su primera comida en semanas.

Los que estaban en el lago eran todos Aligatores jóvenes, lo que significaba que tenían corazas demasiado duras para que sus mandíbulas pudiesen romperlas, por lo que muy difícilmente podían comerse los unos a los otros, solo un aligátor adulto y de gran tamaño podría devorar a uno de estos.

La sequía había bajado el cauce de los riachuelos, y el sol del verano los convertía en un horno de barro, la prolongada sequía de este año había cambiado las condiciones de los humedales, y orillaban a los aligátores a reunirse en los lagos, eran los únicos lugares donde aún podrían habitar; a costa, claro está, de sufrir una inanición a la que pocos sobrevivirían. Debían de estar verdaderamente hambrientos.

Él sabía que sería ilusorio pensar que las victimas pudieron morir de la caída, o que las bestias les hubiesen dado una muerte rápida. Krill conocía bien la forma de comer de estos reptiles y sabía que no atacaban al cuello, ni se molestaban en matar inmediatamente a su presa, los momentos después de caer al agua debieron de ser un infierno de terror y desesperación para esas pobres personas.

Las bestias se arremolinarían alrededor de ellos y atacarían sin piedad, mordiendo lo primero que encontraran, arrancarían brazos y piernas, rasgando y rompiendo.

Sus mordidas eran potentes, podían romper sin problemas un hueso humano normal, pero sus dientes no podían rasgar la carne con aquella misma eficacia. Para cercenar un miembro y poder tragarlo deberían de morder, romper y triturar los huesos, tenían que y estirar los músculos y tendones hasta que se rasgaran y desprendieran. Y la forma de hacerlo era una danza horrible y salvaje donde mordían a sus presas y empezaban a vueltas sobre sí mismos mientras otros giraban y sostenían a su presa desde otros extremos.

Los más afortunados debieron de morir primero sin darse cuenta realmente de lo que estaba pasando, mientras seguían aturdidos y aletargados, con algo de suerte algún aligátor les rompería la cabeza o los dejaría inconscientes de un pesado coletazo.

Quienes sufrirían realmente debieron de ser los que no fueron atacados de inmediato, los que en medio del ajetreo y la confusión sobrevivieron lo suficiente para darse cuenta de lo que estaba pasando, oirían los gritos de dolor, terror y desesperación de aquellos que fueron atacados primero.

Y entonces, confundidos y asustados tratarían de huir a tierra, pero nada de lo que hicieran podría haberlos salvado de aquel infierno fangoso de dientes, gritos, dolor y sangre.

Los aligátores debieron de tardar solo unos pocos segundos más en darles muerte a todos.

Ver a un par de aligátores de rio atacar y devorar a sus víctimas era siempre un espectáculo inquietante, pero la perspectiva de una horda de esas bestias devorando a un grupo de niños era el tipo de cosas que te persiguen durante la noche, en tus sueños. Esta noche debería mantener a la culpa lejos de su cabeza. Él sabía que aquellos amargos y terroríficos pensamientos lo alcanzarían tarde o temprano, tal vez durante una vigía nocturna o en alguna misión solitaria, pero hoy aún tenía cosas que hacer. No se podía dar esos lujos, sus remordimientos deberían esperar.

Sin darse cuenta Krill se había permitido un momento para pensar en todo ello, su mirada seguía perdida en aquella parte del lago donde la lucha casi había cesado.

Al fin, lentamente, empezó a salir de su estupor. Respiró profundamente y regresó en sí.

Estaba claro que una entrada como esa no se veía con frecuencia, era una de las más grandes que había visto alguna vez, y sin duda era la más grande que había visto en el Marjal. Esto era algo que debía de reportar. Lo mejor sería regresar ya, si se daba prisa aún podría llegar al linde del Sendagris antes de que trotanieblas decidiera regresar a casa.

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⏰ Última actualización: May 20, 2018 ⏰

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