4. ¿Quién es él?

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Aún podía sentir el tirante dolor de su pecho, el aplastante rechazo hormigueando su cuerpo y su respiración pausando, segundo a segundo. El lacerante dolor rodeando su cuello haciéndolo sollozar hasta el punto de llegar a la inconsciencia.

Cerró sus ojos cuando el yugo de sus recuerdos se cierne sobre él mitigando su tranquilidad. El olor a sangre escurriendo por su nariz y acariciando su paladar.

-¡Ni para ser un omega sirves!

-Pasarás por la dentada de todos esos hombres como la puta que eres, porque ninguno de ellos te querrá.

Su reflejo no era ni una pizca de lo que alguna vez llegó a ser. Tan sonriente y pacífico, tan sumiso y soñador, tan coqueto y exquisito. Tan dulce. El óleo burdo y perturbado de unos brillantes ojos, pero no de regocijo, brillantes de lágrimas retenidas pero jamás soltadas. Sus orbes se posaron sobre aquella marca dentada, aquella marca que lo unía a un alfa de una manera inefable; lo había salvado de la muerte.

Se pintaba en rosa con toques blanquecinos, una marca reciente pero cicatrizante. Era tan preciosa y precisa, pero ni aquel precioso lazo podía cubrir las manchas negruzcas y burdamente rugosas bajo ésta, sus venas salteadas alrededor de ellas con aspecto violáceo.

Tocó las más antigua. Grisácea y amoratada, rasposa al tacto.

¡Oh, que feliz se había sentido ese día! Su amor consumado entre besos suaves y placer inmensurable, el sol acunándolos con devoción, culminando su presencia con los últimos rayos siendo testigos de la piel desgarrada y la sangre brotando con suavidad. No hubo dolor, no hubo forcejeo, no hubo quejidos; sólo hubo el grito de regocijo y sonrisas jadeantes por una promesa eterna.

Cuanta estupidez.

Sus yemas de los dedos rodearon la segunda, negra con toques violáceos y grises. Sin duda la más dolorosa. Tan vacía y forzada.

También recordaba aquel día, o más bien las paredes grises opacandose a cada milésima de segundo. Podría decirse que todo pasó tan rápido, pero en su mente fue una eternidad tortuosa llena de gritos y sentimientos dolosos, aquellos sentimientos que quería compartir con su primer alfa para que fuese rescatado. Pero nunca pasó.

Jamás llegó.

Sangre mezclada con saladas lágrimas y el dolor  expandiéndose por su cuerpo. Los últimos rastros de su antigua unión sólo le compartían negatividad y cobardía. ¿Acaso nadie lucharía por él?

Su segunda unión fue lo peor que pudo pasarle en sus veinte años de vida, en ese entonces. Dolor, desesperación, rechazo e insolencia, todo repartido por el mismo hombre. Todo se caía a pedazos cada que el dolor lo asaltaba bruscamente, cada que su segundo alfa estaba con sus “líos de faldas”. Llegó a estar muerto en vida, en un cuerpo flojo y delgado que intentaba cargar los restos de su alma.

Los últimos meses llegó a convalecer sobre una cama entre sábanas frías. La última noche de su conexión fue la peor; una pelea, gritos, llanto, golpes y sangre. Le arrebató su luz para dejarlo caer en la oscuridad, así era él.

Fue sacado de esa casa bajo las órdenes de ser asesinado como un perro en la calle.

Su tercera unión llegó. Aquel ángel vestido de negro, de negruzcos cabellos alborotados y ojos avellana, oliendo a menta y tranquilidad. Marcó su piel salvándolo de su camino con la muerte.

Jaime Preciado, aquel guardia alfa de noble corazón y mente alocada. Un torbellino de sentimientos positivos. Él ahora era un secreto más en la vida del alfa, y estaba bien con ello.

-Te ves muy lindo- escuchó esa voz tan pacífica. Lo miró en el marco de la puerta, sonriente como siempre, con esa gentileza brotando de sus ojos cada que lo mirará.

-Gracias.

-¿Cenamos? Tengo turno hasta mañana-, arrugó los labios cuando se dio cuenta del efecto de sus palabras. La sola mención del lugar le hacía vibrar el cuerpo-. Perdón...no quise. Hay que cenar.

-Tranquilo. Vamos.

Estaba un poco en paz rodeandose de él y su delicioso olor a menta, no era un lazo de acuerdo mutuo, pero a fin de cuentas aquel alfa había salvado su vida no podía evitar regodearse en tranquilidad cuando estaban juntos.

Según Jaime, todo iba marchando viento en popa. Hasta ahora.

•••

-¡Creí que ya habías dejado de lado tus estúpidos caprichos! Esas cosas son para tu hermana.

-No es capricho-. Rodeo los ojos; ¿en serio su padre le creía tan idiota?-. Sabemos que nos conviene mantenerlo aquí, alguno de tus grandes socios le gustará poseer a un joven y virgen omega. Negocios, padre, negocios.

-Claro, como no-, se burló sarcástico-. ¿Seguro que no estará pasando por tu cabecita tenerlo? No haces cosas idiotas a menos que obtengas beneficio.

La situación no parecía tener pies ni cabeza a los ojos del líder, le parecía absurdo conservar a un omega enfermo. Esa idea de tenerlo bajo supervisión para su mejor era desperdicio puro.

Suspiró cansado dejándose caer con brusquedad sobre aquel sillón de cuero negro, mientras Engel le miraba recargado en el escritorio. Ciertamente sabía que aunque su hijo fuera un imbécil era astuto, una astucia que compartía con su hermana menor y obviamente otorgada por su madre.

-¿Y habría algún problema en quererlo para mí?-habló con sorna.

-No te quieras pasar de listo, Engel. No pienso hacer caso a nuevas idioteces tuyas, no puedes seguir marcando omegas como si de cambiar calcetines se tratase-. Bebió más del coñac en su vaso y carraspeo-. Me cuestas dinero y clientes. Además que alguien debe darme herederos.

-Ja, ¿por qué no se los pides a tu zorra?

-Porque es mi zorra, no mi omega. Tú hermana tampoco parece atender a mis órdenes, con su altanería y asuntos de cama. Ni siendo una beta razona sus acciones.

-Bueno, tampoco es que sea la persona más sumisa del mundo. Es terca y sabes lo que quiere.

-¡Nunca! Una deshonra-. Aquello que la menor de los Romanov le pedía era simplemente una calamidad. Siempre siendo manso a lo que su pequeña le pidiera, dándolo sin rechistar y haciéndola aún más berrinchuda. Manoteo buscando cambiar el rumbo de la conversación mientras volvía a tomar de su copa.

-Hay un maldito traidor-, escupió con rabia. Engel lo miró cuestionante mientras se arrodillaba ante su padre.

-El mismo a que ayudó a escapar a Taylor.

-Sí.

-¿No hay pista de quién pueda ser?

-No. He enviado hombres a investigar pero nadie habla, parece que le tienen más lealtad a ese bastardo.

-¿Y Jena? Mencionaste algo sobre eso- inquirió.

-No lo sé, siempre tan tranquila y ni un movimiento sospechoso.

-Como sea no deberías fiarte.

-Tengo otra tarea que encomendarte. Recordarás la primera vez que Taylor se fue y lo cambiada que volvió cuando la encontramos. Meses buscándola y nada que dijera su ubicación o que había vuelto con su familia, y de repente aparece dejándose llevar tan fácil-. El líder miraba un punto muerto dentro del estudio y su hijo respondiendo un leve “Sí”-. Quiero que vayas e investigues si esa perra sabe algo de ese traidor.

-Como digas, padre-. Besó sus nudillos en señal de respeto y dejando al alfa mayor entre pensamientos y teorías.

Lejos estaba de querer herederos sólo para que su primogénito sentara cabeza y dejará de ser tan idiota. Debía arreglar asuntos y callar bocas; algo grande se venía y debía asegurar su legado.

Bad essence. (Kellic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora