El tarro de los corazones rotos.

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Por: M.Salgado.

En un Pasado no muy lejano.

Había una vez, en el que las épocas de antaño llamaban un príncipe encantador que cometió el error de romper el corazón de la malvada reina "Elvira" quien también era una bruja. Esta lanzo una maldición que le condeno a una vida de inmortalidad. El príncipe que le saltaban las lágrimas de la risa al escucharla le había dicho:

- ¿A eso me condenas bruja, vivir una vida eterna joven e exquisitamente inmortal? - las carcajadas del joven quedaron sofocadas con los canticos de la bruja, la niebla comenzaba a arremolinarse alrededor del bosque, la luna dándole un aspecto casi fantasmal. El príncipe desenvainó su espada pero cuando fue por la hermosa bruja, unas manos esqueléticas surgieron del suelo tomando sus pies.- ¿Qué haces, demonio? -grito aterrado el príncipe.

- Oh no, - se jacto la mujer con su voz despiadada.- tu inmortalidad tendrá un precio, Diego Bauer.- La reina lo señalo con un dedo, blanco como la cal. - dependerá de la esencia del corazón humano,- ella hizo una pausa para pensar y luego le dirigió una sonrisa lobuna.- ¿porque no mejor?, dado que tanto amas jugar con los corazones de las doncellas... - la bruja rio y su voz sonó mas como el graznido de un cuervo que humana cuando dijo: - Tu inmortalidad será por siempre esclava de los corazones de las doncellas humanas, sin la esencia del corazón humano tu inmortalidad decaerá pero no morirás, solo te quedaras tieso como un muro de roca hasta que un corazón humano se acerque a ti. Al sentir su presencia te convertirás en el monstruo que realmente eres. Salivaras por domar su presencia hasta acabar con él. Tal como un hombre en del desierto Rojo que ruega por un poco de agua. -las manos en los pies de Diego comenzaron a multiplicarse y el joven sintió como si quisieran arrastrarlo a las profundidades de la oscuridad, invitándolo a unírseles y lucho inútilmente. Mientras la bruja terminaba su maldición.

- Sufre Diego Bauer, - el cabello brilloso de la bruja se volvió blanco y quebradizo como el de una anciana.- sufre como yo he sufrido por tu amor. - su voz fue un susurro antes de que ella cayera y se volviera partículas de polvo. Diego la acompaño dejándose arrastrar por la oscuridad, mientras sentía las manos frías y fantasmales llevándolo con ellas.

Día presente

Una imagen brutal y censurada yacía en el televisor la reportera movía sus labios pero no había sonido alguno, otra noticia triste para el mundo, otra víctima del coleccionista de corazones, otra chica ingenua que había caído sobre el asesino en serie.

El aguacero caía sobre la ventana de la joven Ethel Maes, parecía como si el mismísimo cielo se lamentara por la pérdida de la chica.

Su compañera de cuarto y mejor amiga, Meritxell entro a su habitación con un paquete de pastelillos de chocolate con relleno de crema comprados en la tienda de abarrotes de calles más abajo con una vela encendida mientras cantaba y cuando termino dio un sonoro grito. - ¡Feliz cumpleaños! - corrió a abrazarla después de que Ethel soplara la vela sonriente, ambas cayeron a la cama y su mejor amiga señalo el televisor, poniendo el sonido. - ¿Por qué miras eso?, es deprimente.

- Son las noticias. Ese asesino en serie ha vuelto a actuar. - dijo un poco asustada, ambas miraron anonadas a la reportera que entrevistaba a un policía.

- No hay testigos ni rastros, ¿Cómo piensan resolver esto, capitán Ramírez? - pregunto la reportera.

- Por el momento no hay comentarios al respecto, más que saber que estamos haciendo todo lo posible para acabar con esto, gracias. - dijo el policía y las personas al redor comenzaron a interrogarlo todos a la vez mientras el capitán de policía salía apenas ileso.

- Cielos, - juro su mejor amiga.- jamás van a atrapar al bastardo.

A continuación la escena del televisor mostraba la marcha de las familias de las chicas que el coleccionista de corazones había dañado, roto.

- Es muy triste, cuando te vas tus familiares y amigos son los que más se quiebran - observo Ethel. - y no hay nada que puedas hacer por ellos, más que esperar que ellos puedan hacer algo por sí mismos. - la televisión se apagó repentinamente y la chica se quejó cuando vio a su mejor amiga con el control en sus manos.

- Bueno, ¡basta de lamentos! - dijo su amiga subiendo el ánimo. - ¡Hoy es tu cumpleaños, tu mayoría de edad!

- vas a emborracharme, ¿no es así? - Ethel se dejó caer en su cama con una almohada en su cara.

- ¡Definitivamente! - Sonrió Meritxell

Y al caer la noche ambas chicas se preparaban para salir, la lluvia se había calmado un poco pero seguía ahí.

- Las demás chicas nos verán en la puerta para entrar todas juntas. - dijo Meri mientras planchaba su cabello, ambas sabían que se esponjaría en cuanto pusiera un pie afuera pero Ethel no hizo un comentario de ello porque sabría que ella lo haría de todas maneras.

- De acuerdo. - Ethel observaba a su amiga quien siempre parecía alegre y social, Ethel no se consideraba así misma extrovertida desde el accidente de sus padres, ella se había convertido en alguien cerrada, seria. No permitía que nadie se metiera en su corazón, pero quizá esta noche eso podría cambiar, quizá solo quizá.

Ethel y sus amigas se pararon a las puertas del bar donde dos guardias las inspeccionaron y las dejaron pasar. El ruido, el olor a alcohol y la euforia golpearon sus sentidos al entrar.

- ¡Vayamos por bebidas! - Grito una de sus amigas y ella las siguió, todas brindaron por Ethel y se rieron cuando hizo una mueca al sentir el ardor del alcohol quemando su garganta.- ¡A bailar, nenas! - grito Meri, habían pasado cerca de cuarenta minutos cuando Ethel lo sintió. Alguien la observaba mientras bailaban, ella miro a todos lados pero no había nadie. Entonces alguien toco su hombro y se sobre salto.

- Hola. - con una sonrisa pícara un joven de cabello rizado castaño y los ojos dulces del mismo color que la miel la saludo.- ¿bailamos? - y sin esperar respuesta tomo su mano y bailaron, Ethel no recordaba la última vez que había bailado y reído tanto. El sonido a su alrededor se apagó y fue como si solo fueran ellos dos. Él la cautivo, él la sostuvo y él solo él, podía ser su más grande error y lo fue, más tarde esa noche cuando la llevo al oscuro callejón. Y en la mañana después de esa madrugada, un celular abandonado vibraría con la foto de su mejor amiga llamándola, pero nadie contestaría.

Esta vez la televisión muda en la habitación por la mañana rezaba, "EL COLECCIONISTA DE CORAZONES HA VUELTO A ATACAR." La reportera movía sus labios, pero se mantuvo en silencio.

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