Capítulo 22: La mierda devoradora

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El mundo todavía me daba vueltas, como si me encontrara en una bola de navidad agitada por un bebé

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El mundo todavía me daba vueltas, como si me encontrara en una bola de navidad agitada por un bebé. Le di otro trago a la botella de agua, ya casi vacía. Intentaba disipar el regusto a alcohol y el malestar. Me seguía convenciendo de que había seguido el beso a Laura solo para no dejarla en ridículo frente a toda esa multitud. Pero, en el fondo, había una parte de mí que la había correspondido, que se había dejado llevar por culpa del alcohol y la adrenalina. Y me asustaba lo lejos que había llegado, a lo que podía llegar si no frenaba a tiempo.

—No tardará mucho. En diez minutos estará aquí.

Laura tenía apoyada la cabeza en mi hombro, su cuerpo abatido pegado al mío, rígido. Ambas sentadas en el rugoso y frío bordillo de la acera. Sus ojos eran dos rendijas que apenas se mantenían abiertas. En cuanto bajamos de la mesa, empezó a vomitar. Y yo por poco no seguí la reacción en cadena. Después de quince minutos más en el baño, Laura echó todo lo de esa noche. Todavía sentía ese olor flotando entre nosotras, revolviéndome el estómago.

Ante mi estado físico y mental, decidí no conducir de vuelta a casa. Ya había cometido demasiadas imprudencias a lo largo de la noche. Había pensado en volver caminando, pero aún me quedaban neuronas suficientes para reconocer que teníamos más de media hora y sería peligroso ir las dos solas. Cuando era adolescente y todavía no tenía coche, mi madre siempre insistía en venir a recogerme, se recorría media Madrid en coche si hacía falta, fueran las once de la noche o las cinco de la mañana. En su lugar llamé a Ángel, que por suerte todavía seguía despierto, según él, viciándose a la Play.

Escuché la risa cansada de Laura.

—¿Qué pasa?

—Me sabe la boca a mierda.

—Como la que había en el baño —le recordé.

Laura había terminado vomitando en la bañera a causa de eso. En absoluto me sentía mal por Jorge.

—Era gigante —continuó ella con una voz adormilada y divertida, como alguien drogado contando un chiste—. Me pregunto cómo conseguirán desatascar eso.

—Llamarán a Frank de la jungla. En un capítulo vi que sacaba una serpiente larguísima de un retrete.

Laura volvió a reír apretando su mejilla en mi hombro.

—Eso no parecía una serpiente —murmuró—, parecía más bien una plasta de vaca. El pastel de chocolate más grande de la tienda volcado en un retrete.

—No volveré a comer pastel de chocolate.

—Esa mierda parecía que no se acababa nunca, seguro que ocupaba metros y metros de cañería —empezó a teorizar mientras seguía riendo—. Puede que ocupe todo el sistema de alcantarillas hasta el pantano. Mañana en las noticias locales dirán que una gigantesca mierda ha emergido del agua y que se hace más y más grande, absorbiéndolo todo a su paso. La gran mierda de Halloween.

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