Capítulo 12: Como hermanas

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Eché la vista atrás por tercera vez a la casa de Ángel

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Eché la vista atrás por tercera vez a la casa de Ángel. Solo tenía un cactus en la entrada, nada que ver con el pequeño patio repleto de plantas y flores de Jesús, un estallido de verde salpicado de rojo, amarillo y rosa. Las podía oler desde la calle.

Me pregunté qué estaría haciendo Ángel, si se habría levantado ya y estaría contándoles a su amigos la cita con la loca de la sex-shop. La vergüenza me subía a las mejillas cada vez que repasaba la línea cronológica de la pérdida de mi dignidad. Empezando por las insinuaciones violentas hasta acabar conmigo de rodillas en la calle, o el imbécil que le dediqué como despedida. Era bochornoso.

Desde el telefonillo, una voz me preguntó:

—¿Quién es?

—Aurora, venía por las clases de yoga.

—Ah, un momento —respondió, y se escuchó el zumbido que me indicaba que la verja estaba abierta.

Subí por las escaleras hasta la puerta. Me recibió Laura con una coleta mal hecha y una sudadera ancha y descolorida.

—Hola, llegas como media hora tarde —me dijo de buen humor.

—Sí, lo siento —me disculpé. Había dormido muy mal por estar revisando continuamente si Héctor me había respondido. Quise borrar todos mis mensajes, pero ya era demasiado tarde.

Cerró la puerta tras de mí, haciendo sonar una campanilla en el techo.

La entrada de la casa era luminosa, pintada de un tono durazno. Sentí la ligera brisa que entraba por las ventanas y el olor a incienso.

—Tienes que quitarte los zapatos y dejarlos guardados aquí —me indicó, señalándome un armarito empotrado de tres puertas que había a mi izquierda—. Normas de la casa.

Cuando me quité las deportivas me fijé en el felpudo. Tenía una estrella que imitaba a las del paseo de la fama de Hollywood con los nombres de Jesús, Eva y Laura. Me embargó una extraña sensación al verlo, sentí una presión en el pecho. Mi nombre también podría estar ahí.

Seguí a Laura por el pasillo, decorado con algunos cuadros de paisajes y otros más abstractos, con motivos en tres dimensiones. El suelo era de tarima, pero tenía algunas alfombras dispuestas sobre él. La casa estaba muy limpia, era cálida y armoniosa. Invitaba a que te quedaras.

—Están en el jardín.

—¿Tú no vienes?

—Nah, pero estoy arriba si te aburres.

Cuando salí al jardín me encontré con Eva y tres mujeres más que rondarían su edad. Todas estaban sentadas sobre esterillas. El jardín era envidiable, tenía una fuente con forma de pagoda en el centro de un estanque artificial, de inspiración japonesa. También había una parcela con flores y plantas. El césped brillaba al sol. Nunca en mi vida había vivido en una casa con jardín, ni siquiera con terraza, con suerte teníamos un balcón estrecho donde colgar la ropa. Luego me recordé que en mi nuevo piso tenía un pequeño patio que podía adornar con plantas si no fuera porque siempre se me morían todas o porque Guantes se las podía comer.

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