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«Estando solo en el mundo, extiende sus brazos contra la noche. 

Pierde la fe en su corazón y en su mente. 

Llora fuerte contra la tormenta, los destellos se desvían a su cielo... 

Él es tan frágil como una flor en el viento».

El viento azotaba y la nieve se hacía más densa de lo que jamás había sido, en el pueblo las chimeneas crepitaban apenas y las casas crujían por el rugir de la tormenta. Sobre las montañas había una pequeña casa, parecía tan frágil que el solo hecho de que se mantuviera aún allí se pensaba era cosa de magia. 

Dumbledore calentaba sopa, mientras el ave que descansaba sobre un perchero viejo emanaba pequeñas ondas de calor que se fundían con las del fuego, adentro estaba perfecto, lo justo para sus débiles huesos. La larga barba blanca se movió cuando una pequeña e insignificante ráfaga de aire frío se coló por debajo de la puerta y un copo de nieve minúsculo se atoró en las hebras platinas. 

El anciano tomó el copo entre sus dedos y lo examinó de cerca, al instante, sus ojos se iluminaron con la luz de alguien que sabe leer las señales del universo. Miró hacia el techo desvencijado de su hogar y se levantó, con más energía de la que una persona de su edad podría.

—¡Es tiempo, Fawkes! —Anunció al ave que apenas y se mosqueó, parpadeando perezosamente se acomodó en su lugar, no pensaba abandonar su nido para adentrarse en la tormenta. 

En cambio el viejo tomó su túnica y su bastón, al salir, el viento trajo a su barba un nuevo blanco que parecía fundirse con ella y se subió la capucha para alcanzar a los reyes que subían la montaña. El día por fin había llegado.

*

Cuando el viajero había pronunciado aquellas palabras, toda ilusión de que no le reconociera se había hecho trizas en el suelo de cristal. Desvió la mirada y caminó por el salón vacío y carente de muebles. 

—No hay historia que contar —Le dijo y una nota de tristeza salió de su voz, asustándole de nuevo.

—Eres más de lo que aparentas, Harry.

—Solo soy yo —Murmuró en respuesta y sabía que esa era la verdad, su única verdad—. Soy lo que ves, no hay más. 

—¿Y por qué estás aquí? ¿Por qué no estás en tu hogar? —La mirada de Harry se clavó en él una vez más y entonces volvía a ser un témpano de hielo, brumosa como la tormenta que azotaba fuera de la mansión.

—Este es mi hogar ahora. 

Lo vio marcharse a la planta alta, subiendo la escalera y escuchó el murmullo del viento contra las paredes. Lo siguió al instante, Harry se detuvo a mitad del pasillo.

—¿Podrías...? Quisiera estar solo...

Pero Severus, después de tanto tiempo solo y anhelante por él, se negó a abandonarle. Podía sentir la desolación de Harry, tal como podía sentir el frío en aquella gran casa de hielo. Deseaba entender, él más que nadie sabía lo que era estar solo.

—¿Es por la maldición? 

Lívido, el príncipe bajó los hombros y se giró lentamente a él. 

—¿Maldición? ¿De qué hablas?

—No estoy... muy seguro de todo esto. En la taberna hablaban de una maldición, decían que estabas congelado y por ello necesitabas desposar a una doncella antes de tu mayoría de edad, que ocurriría algo malo en el reino si no era así... 

Corazón HeladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora