Presencia

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Al principio se sintió desubicada. El lugar estaba a oscuras, un único haz de luz de luna filtrándose a través de la pequeña ventana de la pared. La tenue iluminación le permitió distinguir el perfil de un tocador, los bordes de la cama contigua a la suya...

Nami casi dio un respingo al notar que había alguien más en la habitación. Se tranquilizó al reconocer la silueta de Robin en la penumbra, el lento ritmo de su respiración acompasado al sonido del oleaje en el exterior. La paz que la envolvía hizo desaparecer en Nami las últimas secuelas del despertar, sus pulmones llenándose una vez más de aire para suspirar con alivio. Solo había sido un mal sueño.

Uno que hacía ya tiempo que no tenía.

Sabía que no podría volver a dormirse, de modo que decidió salir a tomar el aire. La frescura de la brisa marina le acarició el rostro cuando abrió la puerta que daba al exterior, pequeñas gotas de rocío cosquilleándole los tobillos al caminar por el césped de la cubierta. Permaneció unos segundos ahí, contemplando el horizonte marino, la suave mezcla de colores cada vez más claros en el cielo, anunciando el alba. Luego subió al jardín.

Se sintió mejor una vez estuvo entre sus queridos mandarinos. Ahí, podando las ramas que habían crecido demasiado y recogiendo la fruta más madura, consiguió despejar su pensamiento de los fantasmas del pasado, eclipsándolos con el brillo del presente. Ya no arriesgaba su vida de esa manera, sola y sin rumbo cierto; ya no robaba a los piratas, o, al menos, no por obligación. Ya no estaba sujeta a la extorsión de Arlong y sus hombres.

Se pasó un brazo por la frente cuando terminó de acondicionar los árboles, satisfecha. El trabajo físico siempre le ayudaba a rebajar la tensión, la angustia que le oprimía cuando recordaba aquella época. Cuando las pesadillas la desorientaban, haciéndole creer que seguía atrapada en esa espiral de mentiras, dolor y desesperación.

Cuando regresaba a la época en la que todo lo que podía ver era la muerte. Cómo Belle-mère caía al suelo frente a sus ojos, una y otra vez; cómo su vida entera se derrumbaba mientras el estallido de la bala llenaba sus oídos...

—¡Buenos días, Nami!

Las tinieblas se apartaron. Usopp y Chopper estaban subiendo las escaleras hacia el jardín, saludándola sonrientes; la vocecita aguda del segundo era la que la había sacado de sus pensamientos. En algún momento, casi sin que se diera cuenta, había amanecido y el Sunny había despertado con su animación habitual, las voces de sus nakamas empezando sus tareas diarias de fondo.

—Hey, buenos días, Nami —dijo Usopp cuando llegaron arriba—. Practicando jardinería desde bien temprano, ¿eh? Qué emprendedora.

—Sí, sí, muy emprendedora —coreó Chopper.

Nami miró en silencio a sus amigos, enarcando una ceja ante sus risitas mal disimuladas.

—Vosotros dos estáis ocultando algo, ¿verdad? A ver, ¿qué venís a pedirme? No os saldrá barato.

Chopper se atragantó, sorprendido por que los hubiera descubierto, pero Usopp no se inmutó.

—Bueno, digamos que estoy trabajando en un experimento muy interesante...

—S-Sí, ¡muy interesante!

—... pero para llevarlo a cabo necesito ciertos ingredientes...

—¡Ingredientes!

—Y resulta que las mandarinas tienen propiedades muy útiles, ¿lo sabías?

—¿Lo sabías?

—Así que ¿te importaría si cogemos...?

[NamixCarina] Nunca más "Adiós"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora