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Podría comenzar a cuestionar mis acciones.
Es cierto aquello que dicen: a cada acción le corresponde una reacción.
Eso fue exactamente lo que me sucedió.

—Carajo —murmuré. Alcé la vista para encontrarme con un par de ojos que me resultaron conocidos.

—Señorita Santillán, ¿se encuentra bien? —La voz de Gwen me sacó de mis cavilaciones.

—Si, por supuesto. Estoy bien.

—El señor Stranton vino a la entrevista para el puesto de redactor de contenidos deportivos.

—Ya veo. Puedes dejarnos a solas, necesito comenzar con la entrevista ya.

Gwen sale de la.oficina dejándome a solas con el sujeto que la noche anterior estuvo enterrado hasta las bolas dentro de mí.

—Así que, ¿quieres ser columnista de deportes en la revista?

—No sabía que trabajabas aquí —murmura—. Desapareciste ésta mañana, y yo quería...

—Concentremonos en el trabajo por ahora.

—Ni siquiera me dijiste cómo te llamabas —dice, mirándome con reproche.

—Claro que sí te lo dije.

—Me diste un nombre falso.

—Vamos, ¿qué pensabas? ¿Que iba a darte mi nombre real cuando ni siquiera te conocía?

—Pues eso no te importó mucho ayer por la noche, cuando te acostaste conmigo.

—¿Podrías bajar la voz? Tengo una reputación qué mantener.

—¿Cuál reputación? Anoche nos fuimos a mi cama y tuvimos sexo salvaje, hoy en la mañana me desperté y no estabas, solo dejaste una maldita nota en donde me decías que había sido maravilloso pero que te tenías que ir, que jamás te buscara.

—Exacto —digo—. Escucha, yo no hago eso de querer entablar una relación más allá del acto físico y sexual.

—¿Qué? ¿De qué me estás hablando?

—Soy una mujer independiente y segura de mí misma, no necesito de un hombre, excepto para el placer sexual.

—¿Estás diciéndome que solo me utilizaste como un juguete sexual?

—No. Solo digo que...

—Eres increíble —murmura, tomando su mochila—. Gracias por concederme la entrevista, pero creo que este no sería un buen lugar de trabajo para mí.

Me quedo observando la escena; él tomando sus cosas y saliendo de mi oficina como si hubiese visto un fantasma.

—¿Qué pasó? —Rebekah me mira con gesto taciturno.

—Nada.

—Carolina, no puedes ser tan cruel e insensible, ese chico tenía muchas ganas de trabajar en la revista y su expediente es excelente.

—Pues yo no le dije lo contrario.

—Deberías dejar de ser tan inhumana con los hombres, no todos son unos patanes —dice, saliendo de mi oficina.

«Flashback»

—Debo irme —mi padre me mira a los ojos y me toma de las manos—. Sé que lo entiendes, sé que sabes que esto es lo mejor para todos.

—Papi...

—Te veré el fin de semana, cariño —dice, depositando un beso en mi frente y subiendo al auto.

Me quedo de pie en el jardín de la casa, observando el auto de mi padre alejarse y perderse.

Después de su partida, mi madre se deprimió tanto que incluso perdió el empleo, mi papá cumplió su promesa y todos los fines de semana, llegaba a buscarme y me llevaba al parque de diversiones.

Él conoció a otra mujer y se casó con ella, mi madre se hizo adicta a los somníferos y otras drogas, yo... Yo tuve que hacerme cargo de la casa y de ella. Hasta que un día, mi padre llegó a casa con unos desconocidos y me sacaron del basurero al que yo llamaba hogar.

Mamá fue a parar a un centro de rehabilitación y desintoxicación, papá me recibió en su casa y todo fue perfecto por un tiempo, hasta que él se casó de nuevo.

Su nueva esposa salía mucho de viaje y eso me dejaba a mí sola en casa, hasta la noche, que mi padre regresaba de trabajar.

—Mira lo que te he traído —dice, mirándome de una manera que me resultó extraña.

Él colocó una mano sobre mi rodilla y comenzó a subirla lentamente hasta colocarse en mi muslo, apartó mi vestido y rozó el elástico de mis pantaletas, acercándose a mí, besando mi cuello.

—Es momento de que me des las gracias, cariño.

Intenté apartarlo de mí, pero él me arrinconó contra la pared. Grité, pataleé, pero nadie acudió en mi ayuda.

Mi padre destrozó mi vestido y mis pantaletas, y luego solo pude sentir un dolor inmenso propagarse por todo mi interior.

—Ahora eres mía, cariño. Solo mía.

«Fin del Flashback»

—Todos los hombres son una basura —me digo a mí misma.

Mi padre fue y es una basura, una alimaña maldita que solo me produce asco y, sé que, todos los representantes del género masculino lo son también.

Tomo mi bolso y salgo de la oficina, lo único que quiero hacer es refugiarme en mi casa, llenar la bañera y deslizarme en ella con una botella de vino en las manos.

Ése era mi plan, hasta que lo vi del otro lado de la calle, parado frente al puesto de revistas y charlando animadamente con una chica.

Por mucho que fuera ardiente y excelente en la cama, no estoy dispuesta a repetir lo que sucedió, para mí solo fue cosa de una noche, como todos.

ConcentrateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora