1. Dimenticare
Barnum Cafè, Roma,
Italia.Los ojos azules, salpicados en pinceladas de gris metálico, estaban fijos en la ventana del café que solía frecuentar en su soledad cuando escapaba de la constante vigía de su padre durante su temprana etapa de la adolescencia. Burlaba a los guardaespaldas que el hombre asignaba para su protección, serpenteaba por los jardines de la villa de su familia ubicada en Asolo y caminaba el largo recorrido de senderos de grava escondidos por la frondosa vegetación hasta llegar al corazón de Véneto, para luego tomar un taxi a Roma, donde sentía que podía respirar en paz.
Para ese momento ya residían en Nueva York, en el edificio que su abuelo Mariano recelosamente denominaba como "La Guarida de Los Cinco", un lugar donde las cinco familias más influyentes de Italia convivían en armonía al ser el centro de su base de operaciones en el país extranjero; un territorio que la policía no podía pisar sin una orden de la corte, y donde Nathan se sentía absolutamente fuera de lugar. Fabrizzio, percibiendo el descontento de sus hijos por los nuevos alrededores, en un lugar cuyo idioma apenas entendían y que a duras penas lograban dominar a medias, decidía llevarlos de vuelta a sus orígenes, aunque el ambiente le hiciera enfermar del estómago por los recuerdos que albergaba.
Nathan creía que volver a su hogar calmaría esa amargura de sentirse marginado en el país forastero, pero no hizo mucho por apaciguarle. Creciendo en la villa jamás se le cruzó por la mente el sentirse fuera de lugar, era un niño feliz, pese al dolor que causó su madre en su partida, que resquebrajó el molde de oro idealizado de su familia. Después de eso nada volvió a ser lo mismo, pero él descubrió cómo saber sobrellevarlo a su manera, al igual que sus hermanos y su propio padre. Por desgracia, la relación con su gemelo se hizo más tensa. El suceso lo cambió drásticamente al punto en que ni él mismo logró reconocer en quien se había convertido su propia sangre, y ante la falta de cariño de este no le quedó más que refugiarse en los brazos de su hermana mayor, quien lo recibió sin poner resistencia. Su lazo creció tan exponencialmente que en una noche decidieron hacer un pacto, como les habían enseñado a hacer los niños campesinos de la villa, rasgando sus iniciales en la piel del otro y jurando que siempre permanecerían juntos por sobre todas las adversidades.
Pero la inocencia era lo que era: ingenua. Y con el tiempo y la distancia lo que una vez fue no lo volvió a ser jamás.
Sin embargo seguía siendo una paria, ya fuese en Nueva York o en Italia, aún con el amor de su familia presente. Su habitación de repente se sentía fría y húmeda, para nada como el lugar lleno de calidez que consideraba su baticueva, y los pasillos comenzaron a sentirse tétricos, como sacados de una película de terror de alto presupuesto. Pero fue una noche en el pequeño café, empapado hasta el tuétano por la lluvia que caía fuera del local, que encontró la respuesta a su perpetuo dilema en el fondo de la taza de su capuchino.
Era un Ambrosetti, y entonces realizó que el simple hecho de serlo le inquietaba de sobremanera.
Repudiaba su nombre, su apellido y todo lo que este representaba.
En más de una ocasión había visto cadáveres ser arrastrados por el pasillo de su casa, con las mucamas limpiando los charcos de sangre como si de vino de tratase, y los disparos podían resonar a cualquier hora del día, sonido que a nadie perturbaba más que a él en el desayuno.
Sus hermanos parecían adaptarse sin problemas a su modo de vida, ¿acaso él había salido con algún defecto de fábrica? Seguramente, pero no pensaba seguir sintiéndose como una paria si podía hacer algo al respecto.
No era un secreto para nadie que Fabrizzio adoraba a Alexandria con cada porción de su dañado corazón, pero al hijo que apreciaba con su vida siempre sería él, pues le recordaba a una rosa creciendo en un campo de guerra, fuerte y frágil aún con tanta muerte y caos reodeándole. Era un tesoro que merecía lo mejor que la vida podía ofrecerle, y que sólo encontraría alejado de la toxicidad del apellido.
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Bad Saints (En pausa) ©
Teen Fiction¿Qué hacer cuando la vida de tus seres queridos corre peligro, así como la tuya propia? ¿Qué hacer cuando el arma se queda sin balas y tienes un cañón apuntando directamente a tu cabeza? Es fácil: simplemente esperar. Pero, ¿quién dijo que ellas se...