2. Costos y favores
Los Ángeles, California.
Cuando Cassandra pisó el pórtico de su casa ya Angelina, su madre, le había abierto la puerta para estrecharla entre sus brazos en un abrazo sofocador. Por un momento ambas cabelleras pelirrojas se fusionaron como si fueran una sola, y la pequeña Ferrari quiso derrumbarse en el firme agarre de su progenitora, sabiendo que la sostendría aunque le fallasen las piernas.
—¿Dónde estabas?—sollozó la mujer en su oído, sin querer romper el contacto, como si temiera que ella desapareciera si parpadeaba por un segundo. Algo se removió dentro de Cassandra, que rápidamente reconoció como remordimiento, y se maldijo mil veces por lo que haría llegado el momento indicado.
¿Cómo seré capaz de hacerte esto?
¿Cómo serás capaz de perdonarme?
—Te dejé una nota en la nevera. Sabías que iba a pasar unos días en casa de Indiana —Le había pedido a su mejor amiga que mintiera por ella si la mujer la llamaba preguntando por el paradero de su hija menor, y la morena sin pensárselo dos veces accedió, con la condición de que le pagara un viaje en primera clase a Italia cuando formara oficialmente parte de los Ambrosetti.
—La llamé pero no me dejó hablar contigo, y tu teléfono estaba fuera de servicio.
—Pasamos el fin de semana en casa de sus tíos, que viven en Fresno. La recepción era muy mala—Inventó sin titubeos, tan rápido que incluso se sorprendió a si misma—. Y me dio una gripe horrible en el camino, me la pasé en cama hasta ayer que el cuerpo me dio para pararme y tomar un poco de aire.
—Mi pobre cervatillo—Angelina dejó de rodearle con sus brazos para mirarla a los ojos que yacían llorosos y acariciarle la cabellera rojiza con extrema ternura. "Cervatillo" era como solía decirle cuando era una bebé y veía con ojos temerosos lo desconocido a su alrededor. No la llamaba así desde entonces, y fue cuando se dio cuenta de que su ausencia le había afectado más de lo previsto. La punzada de culpabilidad le atizaba con estocadas el corazón y dolía como el mismísimo infierno—. Me hiciste tanta falta, en especial estos últimos días.
Algo se prendió en su cerebro ante eso.
—¿Qué dices, mamá? ¿Por qué?—No había estado llorando por ella, eso era más que obvio, tenía ojeras y la piel alrededor de los ojos hinchada como si hubiera estado derramando lágrimas por días.
—Maxine... Ella...—Angelina lloriqueo de improviso, y se tapó la boca para evitar que más sollozos escaparan sin su consentimiento. A Cassandra se le prendieron las luces de bengala en el cerebro y espero a que su madre le dijera lo peor—... Ella lleva días desaparecida desde su misión a Inglaterra hace más de una semana. Tu padre viajó a Washington para intentar comunicarse desde la sede central pero el país está en estado crítico, código negro. Ha caído en manos de una célula terrorista y ninguna agencia ha confirmado su actividad en medio de todo el desastre. Todos creen que tu hermana... —Su voz se desgarró nuevamente, y esta vez Cass la sostuvo cuando sus piernas cedieron y amenazaron con enviar su cuerpo al piso—. No puedo. No quiero ni imaginarlo.
Para Cassandra la noticia se sintió irreal en un principio. Fue después de que los llantos de su madre se volvieran más fuertes, haciendo temblar el frágil cuerpo bajo su agarre, que los mecanismos encajaron en su sitio y digirieron con dificultad semejante información que deseo nunca haber sabido de la boca de su madre.
Pero si su madre estaba así no quería ni imaginar a su padre, quien consideraba a Maxine su centro gravitatorio.
—T-Tengo que hacer una llamada —balbuceo al cerrar la puerta con el pie, dejando a la mujer con delicadeza en uno de los tantos sofás de la sala, sola con su llanto, para trasladarse al despacho de su padre (que era la habitación cercana más privada) y cerrar las puertas corredizas con seguro. Del bolsillo trasero de su pantalón sacó con dedos temblorosos su teléfono y marcó un número extranjero, esperando que la persona al otro lado respondiera al primer timbrazo.
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Bad Saints (En pausa) ©
Teen Fiction¿Qué hacer cuando la vida de tus seres queridos corre peligro, así como la tuya propia? ¿Qué hacer cuando el arma se queda sin balas y tienes un cañón apuntando directamente a tu cabeza? Es fácil: simplemente esperar. Pero, ¿quién dijo que ellas se...