- Señora Becker -

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Recorro el amplio pasillo de la mansión y bajo las escaleras de porcelanato. Vivo en un palacio, tengo dos o tres empleados, cambio el modelo de mi coche cada vez que Becker quiere estar a la ¨moda¨, obtengo lo que quiero, cuando quiero y como quiero, pero sigo sintiéndome vacía, no quiero esto.

No tengo vida. No una vida real.

Llego al elegante comedor y las muchachas del servicio se mueven en sincronía para mover mi silla a un lado y servir el jugo de naranja en el vaso de vidrio.

—Buenos días, Señora —murmura una de mis muchachas.

—Buenos días —digo y sonrío sin ánimo alguno.

Señora Becker, soy la Señora Becker. Esposa de un alemán millonario que vive en Moscú.

Miro mi plato y veo dos tortillas de huevo con puré de papa y unas llamadas quesadillas mexicanas. Bebo un poco de jugo y voy comiendo de a poco el plato, ya que, aún es temprano para irme a trabajar. y Christoph aparece en el salón luciendo un traje gris.

Se acerca a mí y me da un casto beso en la mejilla. Es frío, seco, es ese beso fingido que nos damos siempre que hay alguien más observándonos.

—¿Cómo has amanecido? —pregunta,

Sonrío.

—Muy bien, amor —respondo acorde a su tono—, ¿Cómo has amanecido tú?

Él responde vagamente como suele hacerlo todas las malditas mañanas. Yo finjo que oigo lo que dice.

Me siento más vacía que nunca.3

—Recuerda que en la noche llegará la visita.

—No se me olvida.

—Mi tío muere por conocerte.

No hay nada que decir con respecto a eso. Solo debo aceptar lo que sucederá. No puedo quejarme, no aún.

El familiar de Christoph estará unos días en la casa, no lo conozco, no lo vi en la boda,

Él se pone de pie una vez finalizado el desayuno, me besaotra vez y se marcha por la puerta principal de la mansión.

—Recojan todo esto y luego preparen la habitación de invitados, por favor —digo en dirección a las muchachas.

—Sí, Señora Becker —responden ambas al mismo tiempo.

Me pongo de pie y salgo de la habitación. Es un lluvioso martes por la mañana y ya debo irme al trabajo. Tomo mi chaqueta y cartera, me monto en mi coche y me voy.

Necesitaba un descanso después de todo el día agotador que he tenido, eran las 2 de la tarde y empezaba a dolerme la espalda, la cabeza y aunque fuera estúpido ser psicóloga con todo estos millones que tengo en una cuenta y poder mantener el equilibrio, el estrés era ya algo inevitable entre tantos pacientes y las situaciones de cada uno, el mejor momento del día no era cuando volvía a casa a soportar a Christoph, sino el almuerzo para desconectar resultaba ser algo placentero.

Como siempre esperé a Irina, mi secretaria, ella tardó menos de un minuto para seguirme y después de cerrar el consultorio, ambas bajamos directo a nuestro restaurante favorito. Pedimos lo que estábamos acostumbradas a almorzar, desde que ella empezó a ser mi secretaria almorzábamos juntas, además afianzábamos más nuestra relación. Siempre que yo iba a la peluquería ella estaba haciéndose algo también, nos saludábamos pero no más hasta que contó que necesitaba un trabajo estable, en ese entonces yo estaba comenzando con mi proyecto de mi propio consultorio de psicología, y necesitaba una secretaria que manejara mis horarios y turnos, por eso la contraté.

Desde lo mas profundo. ÚNICA 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora