Saco lleno.

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En ese momento no me importaba su anterior decisión, su rastrera forma de dejar lo nuestro a través de una nota, todos los días que habían pasado sin saber de su existencia.
Ahora solo me importaba ella, hacerle saber que yo volvía a estar aquí, como tantas veces lo había estado.

Porque en realidad, nunca me había ido.

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Narra Ana

Me sentía un poco náufrago hasta que encontré sus brazos. El más puro salvavidas.
Me aferré a ella sin dejar pasar el tiempo. No quería que me soltase y volver a la realidad así que apreté más su cuerpo contra el mío pidiéndole perdón por todo lo que le había hecho.
Ella me correspondió a ese abrazo, rodeando mi espalda y acariciándola.
Siempre he dicho que no hay nada mejor que los abrazos de Miriam, esa fuerza natural que saca para mantenerte entre sus brazos.

Separó un poco su cuerpo del mío y mirándome me limpió las lágrimas con sus pulgares.
Entonces la vi. En la cercanía en la que me encontraba pude ver sus ojeras marcadas, sus ojos hinchados por no dormir y puede que también por derramar alguna lágrima.
Me sentí la persona más sucia y egoista por tratar a alguien como ella de esa manera.
Alguien que se merecía una persona a su lado que la quisiese de verdad, sin miedo, sin importar lo que vendría después.

Me acerqué a ella necesitando sus labios. Sentir la calidez de sus besos era lo que más necesitaba en ese momento. Asegurarme que de verdad ella seguía aquí.

Nuestros labios eran separados por pocos milímetros. Su respiración se mezclaba con la mía, pero no era capaz de dar el último paso.
La Miriam de antes se hubiese lanzado a mis labios. La Miriam de ahora se mantenía inmóvil, sin querer dejarse llevar.

Cuando sentí que era el momento... me separé un poco de ella. No quería forzar más las cosas. Ella estaba dolida y con un beso sabía que no lo iba a cambiar.

-Voy a dejar tus cosas en la habitación -susurró aún con nuestros labios demasiado cerca.

Y se separó del todo de mi, como llevándose la parte de Oxígeno que necesitaba de ella.
La vi alejarse y salir por la puerta del salón y mi corazón dió un vuelco.

-La he cagado, Efrén. Ahora sí que la he cagado para siempre -dije sin apartar los ojos de la puerta por donde había salido Miriam.
-Dale tiempo, Ana. Te dije que estaba dolida. -dijo él acercándose a mi.

Efrén rodeó mis hombros con su fuerte brazo y me dirigió a la cocina.

Era casi medianoche y con todo el drama que habíamos vivido, ellos aún no habían cenado.

-Voy a preparar una ensalada para mi hermana y para mi, vale? -dijo Efrén sentándome en un alto taburete que tenía Miriam en su cocina junto a una larga encimera. -Te apetece comer algo más?
-No, gracias, Efrén. La verdad que tus macarrones me han sentado genial.
-Tampoco tenía muchas opciones -dijo riendo -tienes la nevera completamente vacía, Ana!

Y me uní a su risa.
Miriam había ido a dejar mis cosas en la habitación, supongo que la de invitados, y tardaba mucho en volver a unirse con nosotros, pensar en ella y en lo incómoda que posiblemente se encontraría conmigo allí, cortó mi risa por completo.

-Voy al baño, Efrén. -mentí.
-Segunda puerta a la derecha. Como si estuvieses en tu casa. -dijo sonriendo. Este chico era maravilloso.

Cuando encaminé el pasillo, fui viendo habitación por habitación la nueva casa de Miriam. Se notaba que era nueva, muchas de sus habitaciones aún no estaban amuebladas y guardaban un montón de cajas.

La química de los encuentros. •Wariam•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora