Sentimientos. -Ana

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Y dicho esto me acerqué para darle un beso demasiado cerca de la comisura de sus labios y fui en busca de Nerea. Sentía como una mirada se clavaba en mi y vi que se trataba de Ana, que, con una mirada triste, había estado pendiente de toda mi conversación con Pablo.

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Narra Ana

Miriam nunca había tenido maldad en sus actos, las cosas las hacía con un sentimiento puro y sé que tomar la decisión de alejarse de Pablo no era lo que más le gustaba. Ellos dos habían compartido mucho en todos estos años que fueron pareja y ver que una parte de ella se quedaba junto a él me dolía, me dolía porque tal vez lo nuestro era la emoción del momento, el vernos a escondidas, el morbo de tener que fingir una simple amistad, gestos inocentes que nos podían delatar y con Pablo era un sentimiento sin barreras, donde ella podía demostrar sin miedo.

No digo que ella por mi no sintiese nada, claro que sentía, su cuerpo me pedía a gritos que no me marchara de su lado, pero tal vez fuese todo por el cariño que construímos dentro de la academia cuando no teníamos a nadie más. Habíamos desnudado nuestros sentimientos, habíamos trazado un nuevo camino entre las dos, pero eso no era suficiente, un par de noches no eran suficientes para toda la vida que tenía cimentada con él.

No quería ser egoista, nunca lo había sido y si tenía que renunciar a la que posiblemente era el amor de mi vida, lo haría con tal de verla feliz. Conmigo lo era, pero el amor más libre se siente en todos los sitios y grados, sin importar donde estás ni con quien y conmigo eso sucedía a la mitad.

El primer día que crucé unas palabras con Miriam no fueron del todo cariñosas, yo no era de su agrado y ella... ella no era una prioridad dentro de la academia para mi, ni me sobraba ni la necesitaba, una más.

Las semanas pasaban y nuestros mejores apoyos desaparecían, haciendo que nosotras dos nos uniesemos. A veces, cuando pensaba en ella y en como la conocí, agradecía a un Dios imaginario, a los astros y a todo lo que me podía aferrar para creer que teníamos que pasar por el sufrimiento hasta llegar a encontrarnos. Ese sufrimiento que era ver como desaparecían compañeros, a los que considerábamos amigos, de nuestro día a día. Gracias a todas las lágrimas derramadas pude conocer el interior de Miriam, ese instinto protector, esos brazos que te transportaban a tu hogar, donde notabas calidez y sentías que nada peor podía pasar.

Luego se convirtió en una aventura, en una diversión. No sentíamos nada, solo nos dejábamos llevar necesitando la compañía la una de la otra, sin importarnos que podía estar pasando fuera, construyendo nuestra propia burbuja. "Solo es sexo en el que divertirme" me recordaba a mi misma una y otra vez, pero lo que no pude evitar es lo que acabó pasando. Tu mente puede traicionarte, tú puedes engañarle, puedes hacer completamente lo contrario a lo que ella te diga, sin pensar, "ya pasará" era lo que yo le decía. No pasó. A la mente la puedes engañar, a los sentimientos no. Los sentimientos no se dejan llevar sin pedirle permiso a la mente. La mente te traiciona, te saca tu parte más racional, aunque no es lo que quieras en ese momento, pero con los sentimientos no puedes razonar. Eso es lo que pasó en mi, mi mente sabía que era un juego, o al menos es lo que me quería hacer creer, pero mis sentimientos fueron más allá de ese juego. Terminé enamorándome de ella. Dejé mi vida para centrarme en hacerla feliz. Ambas nos empeñamos en que esto era real, nuestros sentimientos mandaban ante nuestras ciegas mentes.

Al salir de la academia, esa venda que cubría los ojos de nuestra parte más racional se esfumó, dejando ver la realidad a la que nos enfrentábamos. No podíamos cambiar nuestro pasado, vivíamos nuestro presente sin saber que iba a pasar en el futuro. Los sentimientos poco a poco abandonaron nuestros cuerpos a medida que se hacía larga la espera de volvernos a ver. Nuestras mentes ganaban esta vez la partida, haciéndonos ver que había sido todo efecto de estar encerradas sin contacto en el exterior. Los sentimientos asomaban con miedo cuando solo éramos ella y yo, cuando podíamos ser libres la una con la otra, pero ellos no se enfrentaban a nuestras mentes, sabían que tenían la partida perdida al salir por la puerta de donde nos encontrábamos, al volver a la realidad. Nos dejábamos llevar sin pensar, solo sintiendo.

Vuelta al mundo, cada una a su verdadera vida. No eran sus brazos los que me rodeaban, anhelaba cada centímetro de su piel, buscándolos en otras pieles, sin hacerme sentir lo mismo que sentía al rozar las yemas de mis dedos por su frágil piel.
Los días pasaban, la distancia y el no saber casi la una de la otra vencía a todo lo sentido, lo que sentía cuando estaba con ella desaparecía, echándolo de menos, haciendo aparecer el rencor, el odio y el egoismo.
Rencor por todo lo vivido, por todo lo que nos habíamos prometido con nuestras mentes cegadas, aquello que no aparecía.
Odio por no cumplir con nuestras palabras, por ver que seguíamos vivas, que las promesas se quedaron entre esos bloques de hormigón.
Y egoismo por no querer admitir que la otra persona era feliz sin la otra, que tampoco era tan necesario nuestro contacto.

Volvimos a vernos, volvimos a compartir el mismo tiempo y espacio. Esta vez éramos más libres, sin terceras personas a las que hacerles daño. Dos días para ser nosotras, con miedo a que los demás descubriesen que lo nuestro no solo era una bonita amistad, pero siendo nosotras mismas.
Nos volvíamos a encerrar en nuestro pequeño mundo, dejando salir por los poros de nuestros cuerpos todo aquel sentimiento que había amenazado en abandonar, volviéndolo más fuerte en cada contacto, más esperanzador en cada beso. Nos aferrábamos a algo que nunca quisimos dejar ir, a aquello que nos hacía sentir libres y felices sin importar nada más. Esta vez nuestras mentes se dejaron vencer ante tal efusividad. Parábamos las manecillas de nuestros relojes, deteníamos nuestro tiempo a base de miradas que parecían eternas. Nada malo podía suceder teniéndonos mutuamente, no? Nuestros brazos volvían a ser hogar, calidez. No necesitábamos nada más.

Pero todo no podía ser como queríamos que fuese. No vivíamos encerradas, ya no. No queríamos admitir que nuestra mente volvería para recordarnos que no era un sueño, que todo era efecto por la excitación del momento.

Y ahí estaba; la realidad, paseando por mi cabeza, mis ojos, mis manos que la dejaban escapar.

Miriam era feliz cada vez que tenía cerca a Pablo, sin encerrarse, viviendo el momento, siendo dueño de su pasado, su presente, y por mucho que me doliese, puede que también su futuro.
Cuando mi egoismo aparecía, no quería admitir que ella podía ser feliz en los brazos de otra persona, podía sentir ese hogar y esa calidez en alguien que no era yo. Si lo había sentido sin conocerme, siendo Pablo toda su vida, por qué no podía seguir sintiéndolo si yo desaparecía?
Tal vez su felicidad hubiese continuado sin conocerme o si no se nos hubiese ido de las manos aquello que pasó de indiferencia, a cariño cercano, finalizando en... amor?
Sí, amor.
Nunca había estado tan enamorada, ni había sentido tantas sensaciones cuando tenía en mi vida a una persona y desaparecía de ella del mismo modo que entraba, revolvía mi mundo y se marchaba por donde había venido.
Amor, porque desde un primer momento tuve claro que lo mío no era excitación por el momento, ni morbo por escondernos, ni tensión que resolver a base de sexo.
Yo si sabía que lo mío era amor, que esa palabra no se me hacía grande en la boca al pronunciarla, se volvía frágil cuando escapaba de entre mis dientes.

Y por amor eres capaz de cualquier cosa.

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Hasta de dejar marchar al amor de tu vida con tal de verla feliz.

La química de los encuentros. •Wariam•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora