Capítulo 2

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—¿Ya irás a casa?
—A dormir un rato. Tengo que ir a trabajar en unas horas.
—No entiendo cómo aguantas tanto, cariño.— me despido de la dueña del lugar, la Sra. Velasco, bien vestida, sin marcas en el rostro, tomo mi bicicleta y me voy a casa. Normalmente termino mi turno a las doce o una de la mañana, y vuelvo a casa, duermo unas cinco horas si tengo suerte y empieza mi otra vida como camarera en un restaurante cinco estrellas, exclusivo para políticos, celebridades y artistas que de verdad lograron lo suyo, no como quien tiene 1k de leídos en Wattpad.
El salario es bueno, no se diga las propinas, y además, es como un pase VIP para conocer gente famosa, servirles, atenderles.
Es algo que sé hacer de maravilla; lo mejor de todo es que el uniforme me queda perfecto. Es cómodo, y me veo bien.
Quizá sólo sea cosa mía.

Mi casa era heredada de mis padres, que al jubilarse cumplieron su sueño de irse a viajar por el mundo; querían llevarme, pero yo quería tener mi propia aventura. Ya había acabado mis estudios de la universidad, pero decidí trabajar y terminé con suerte; así como iban mis ingresos, podría viajar tanto como yo quisiera en dos o tres años.
Al llegar a lo que consideraba mi hogar fui recibida por mi pitbull, mi gata y una cachorra de pastor alemán; una es Vinna, la minina es Keira y la otra Teesha. Han sido la mejor compañía que un "alma solitaria" podría pedir.
Las alimento, las saludo llenándolas de mimos y caricias y me tiro en el sofá, encendiendo el televisor para ver unos capítulos de mi serie favorita antes de dormir, o al menos, para arrullarme.
Recuerdo lo que hice y con quién, porque hay veces que me encuentro con mis clientes en las calles, y algunos incluso han llegado a pedir trabajos así en algún callejón o baño público, y si me niego, llegan furiosos al edifico de la Sra. Velasco a "acusarme".
En casos así la mujer, que tiene un brazo difícil de torcer y es tan imponente como un hombre de hierro, les advierte con un arma en la frente que, en caso de volver a ingresar al establecimiento para hacerla perder el tiempo, les disparará.
Todos saben que se atrevería, y nadie se queda a comprobarlo. Si vuelven, los guardias de la entrada les prohíben el paso, y si insisten, reciben una golpiza.
Muchas de nosotras vemos a la Sra. Velasco como algo más que una jefa, o es así en mi caso, porque sabe la clase de negocio que lleva y cómo llevarlo.
Nos tiene sanas y con seguros médicos, la paga semanal es buena acorde a los ingresos diarios, y hay algunas suertudas que ganan buenas propinas; los cuartos siempre están en buenas condiciones, las camas limpias, pues las sábanas se cambian cada dos o tres días, dependiendo lo que suceda en cada lugar.
Hay seguridad no sólo en las entradas delanteras y traseras, sino tres guardias en cada uno de los tres pisos del edificio, en caso de que algún cliente intente pasarse de listo; incluso si un guardia trata de darse un gusto en horas de trabajo con alguna de las chicas, la Sra. Velasco en persona hace una ronda en cada piso cada hora, para cerciorarse de que todo ande en orden.
Es como una Generala, o Dictadora, porque todo se hace como ella dice cuando ella dice, y ganarse su confianza es una tarea de un siglo. A mí me agrada. Bromea a veces con nosotras, asegurando que la disciplina que ella conoció en México giraba en torno a una chancla sujeta por su Santa madre, que en paz descanse.
Imagino que he agradado a la Sra. Velasco cuando nos encontramos en mi otro trabajo: ella iba como invitada de honor a un banquete que se le hizo a un escritor que viajó para dar la presentación de su libro, abriendo su venta al público. La atendí como si fuera especial, exactamente igual que a todos los demás, y en la noche, cuando volví a su edificio, su trato conmigo fue un poco más...dulce.
—Es usted una persona muy servicial, Srta. Entiendo porqué los clientes desean tanto una hora con usted.
—Le agradezco el cumplido, Sra. Velasco, pero sólo hago mi trabajo.
—Sé que quizá no me incumba, pero lo dudo. Ya es parte de tu naturaleza.— le dediqué aquella vez una sonrisa cortés, porque luego de mucho tiempo, me di cuenta de que tenía razón.
Me gustaba ser servicial, dar más de lo que obtenía, y nunca hacia algo porque me fuera conveniente.
Me hacía sentir bien, y eso era suficiente para mí.
Por algo terminé trabajando con la Sra. Velasco, aunque...eso fue también algo curioso.
Como inevitable.
Simple y sencillamente...inevitable.

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