Capítulo 4

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—¿Te gusta que te carguen?
—Me gusta complacer.
—Buena chica.— decía el hombre entre jadeos, haciendo que mi espalda chocará con algo de brusquedad contra la pared ante cada estocada.
Honestamente, no tenía una posición favorita, puesto que cada una dependía de la persona con la que se hiciera: acostada boca arriba, en cuatro, de pie, de espaldas, de costado, o arriba.
Y seguro había más, pero esas eran las básicas, las más usuales.
Y todas eran una maravilla si la otra persona sabía hacerlo. Aunque, de igual forma, enseñarle a alguien también era bueno.
La práctica crea al maestro. O como sea que sea aquel dicho, el punto era que tenía razón.
Y yo no era una gran, grandísima experta, pero tenía mis trucos, mis experiencias...mis recuerdos.
Eyacula dentro, algo pronto, y sale lento, acostándose en la cama.
—Le quedan aún 20min, ¿gusta extender su tiempo?
—¿Siempre dices eso cuando alguien acaba contigo?
—Es mi trabajo, caballero.
—¿Alguien se ha molestado en conocerte?
—No se nos está permitido crear lazos con un cliente.
—Pagué una buena suma por esta hora, bombón. Sólo tengo curiosidad.— no dejaría de insistir, y no quería otro round con el que se creía la gran cosa que no tenía gran cosa, así que pensé en seguirle el juego.
—Sacie su curiosidad.— dije, accediendo, mientras me limpiaba y me ponía una playera encima.
Aún se me marcaban los pezones, y eso era molesto; el contrario se quedó acostado, sacando un cigarrillo.
—¿Cómo aprendiste a moverte tan bien?
—Bailando.
—¿A qué edad empezaste?
—En la preparatoria.
—¿Gustas un cigarrillo?
—Muchas gracias.— me extendió uno y lo encendió, con las manos temblorosas; no dejaba de mirarme el busto, y poco me importaba realmente.
Palmeó sus piernas y me senté en su regazo, acostumbrada ya a su desnudes.
Fumamos en silencio mientras él me acariciaba las piernas hasta mi parte inferior, repitiendo el recorrido varias veces, hasta que se puso duro de nuevo.
—¿Nunca has tenido un novio o una novia?
—Mis relaciones no funcionan, caballero.
—Ya veo...— sus manos inquietas subieron hasta mi pecho, haciendo círculos alrededor de mis pezones.
Suspiré. —Hagámoslo de nuevo.
—Como desee, caballero.
—¿Alguna vez te ha molestado que alguien diga el nombre de otra persona cuando está cogiendo contigo?
—En lo más mínimo.— dejé que me quitara la playera y la arrojará al suelo. Me acomodó en la cama, boca arriba, y el acto empezó de nuevo.
Ésta vez puso algo más de empeño, y no se sintió tan mal como al principio.
No sabía mi nombre.
¿Por qué de pronto cuatro de cada diez hombres decían el nombre "Daiana" cuando entraban a los cuartos?
No sólo me pasaba a mí, era como una fiebre.
Curiosamente, tres semanas antes de encontrar al origen de esa curiosidad en persona, mis compañeras me informaron.

—¿Acaso vives en una cueva, linda?
—¿Ahora de qué cosa viral me perdí, Susana?
—De la cantante de YouTube, Daiana. Hace covers en piano, violín y guitarra, todos muy bellos. Lo más lindo y que destaca de ella es que usa una máscara de zorro, y aún así su voz es perfecta.— me explicó, mostrándome unos vídeos.
—Nadie le ha visto el rostro, pero dicen que hará una gira y empezará en ésta ciudad.— agregó Lilian, que ya había acabado su turno.
—Suena interesante. Como esas cosas que solo pasan en libros y películas.
—Oh, cállate bombón. Te llevaremos al concierto de Daiana, seguro te encantará.
—Sólo si tú pagas las bebidas cuando acabe.
—¡Creí que antes del concierto!— todas nos reímos, aunque yo les seguía la corriente.
Daiana...
El nombre me sonaba, pero mi memoria se negaba a dejar una imagen en claro.

•••

«Daiana...tiene ritmo. Es el nombre que usaría una persona famosa. Es un nombre pegajoso...»
Ese pensamiento volvió cuando la vi en una mesa del restaurante, y es que era imposible no verla.
Todo era blanco, y ella era un punto rojo y naranja en medio de la habitación.
Ahora tenía el cabello largo como una melena de león, los hombros llenos de pecas descubiertos y una sonrisa radiante.
¿Cómo alguien podría ser así? ¿Por qué ocultar con una máscara un rostro así?

Me acerqué a ella, saludando cortésmente, y fue una suerte que la voz no me temblara como gelatina.
—Bienvenida, Srta. es un placer para mí atenderle ésta mañana, ¿qué desea ordenar?
—Buenos días encanto. ¿Podrías traerme un desayuno americano y una copa de uvas? Por favor.— asentí con la cabeza, anotando lo que deseaba, evitando el contacto visual.
Pero fallé con creces.
Sentí su mano en mi barbilla, llevaba lentes oscuros, pero me miró a los ojos.
Sentí un escalofrío.
—...ya no usas lentes, Eiden.

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