Capítulo 3

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«El salón estaba vacío. El maestro había dicho que no asistiría, entraríamos tarde, y aún así llegué temprano.
Era agradable. No había ruido ni gente, podría terminar las tareas que tenía pendientes, adelantar trabajos, escuchar música...y la vi.
Estaba en el escritorio, intentando maquillarse un golpe que se había hecho cerca del ojo.
—¿Te lastimaron?— pregunté a la desconocida, acercándome casi corriendo a donde estaba.
Seguro ella se percató del temblor en mi voz, porque negó con la cabeza.
—En lo absoluto. Me tropecé en el autobús y me estrellé con la puerta antes de que se abriera.— me explicó, riendo nerviosa, o avergonzada.
Muy hermosa.
Tenía el cabello corto, hecho un desastre.
—¿Puedo ayudarte?
—Por favor. Hoy es la foto escolar y no puedo salir así.— y lo dijo con un tono preocupado, no con vanidad ni egocentrismo.
Más hermosa aún.
Tomé su caja repleta de artículos de belleza, y agradecí en silencio todas las clases express de maquillaje que mi madre me había dado.
—Dime si te duele.
—Claro.— puse manos a la obra, intentando no mantener la vista fija en sus preciosos ojos, o en las pequeñas pecas que había en su nariz.
—Y...¿ya te graduarás?
—Sí, en unas semanas. Soy de la especialidad de física y matemáticas. Lo que es extraño, considerando que mi facultad es de artes en la universidad.
—Eso es extraño.— ambas reímos.
Era inteligente.
Su nivel de hermosura rozaba los cielos.
—¿Y tú?
—Apenas estoy en el tercer semestre. Capacitación de humanidades.
—Créeme, será más útil de lo que dicen.— volvemos a reír.
Acabo mi trabajo, esperando a que me diga lo que le parece cuando se ve al espejo.
—Nunca había maquillado a nadie, ni siquiera a mí misma, pero...
—Me encanta.— dijo de pronto, abrazándome de la nada. —¡El golpe no se nota en lo absoluto! Apenas y se nota la capa de maquillaje, se ve tan natural...—
"Es que tú eres bonita por naturaleza" pensé en decirle, pero no me atreví.
—Me alegra que te haya gustado.— se apartó de mí, silencio extraño, me extendió su mano y la estreché.
Ahora también tenía ganas de decirle que tenía un hoyuelo cuando sonreía, y era precioso.
Ella era preciosa.
—Por cierto, soy Daiana. Un placer.
—Eiden. El placer es mío.
—¿Eiden? Es un nombre extraño, pero original. Me gusta.— me ruboricé de inmediato, le robé otra sonrisa.
—El tuyo es genial. Tiene ritmo.
—¿Ritmo?
—Sí. Me suena al nombre de una cantante, un nombre pegajoso, que se quede grabado en las personas.
—Qué linda eres, Eiden.— nos soltamos y metí las manos a mis bolsillos para estarme quieta.
—Igual tú, Daiana.— me sonrió y me acomodó los lentes, haciéndome "Boop" en la nariz.
—Hasta pronto, Eiden. Gracias, en serio.— salió del salón luego de tomar sus cosas, y me quedé ahí, congelada.
¿Se habría enojado por no haber respondido a eso último? Ojalá no...»

Despierto porque Vinna y Teesha no dejan de lamerme la cara, y Keira se ha quedado dormida en mi pecho.
Ni siquiera llegué a mi cama.
«Ese fue un sueño extraño» pienso confundida mientras me doy una ducha, para empezar mi día.
Tengo que limpiar, desayunar, y más que nada, hacerme una prueba corporal para asegurarme de que todo está en orden conmigo.
Odiaría faltar al trabajo una noche.
«...Aunque, si lo pienso bien...últimamente hay muchos clientes que dicen su nombre...»
Debe ser una coincidencia.
No sé cuántas "Daianas" existan en el mundo, o en mi ciudad, pero eso no significa nada. Sólo debe ser una casualidad, y principalmente, tampoco es como si fuera relevante.

•••

Mi turno en el restaurante "La vie en Blanche" empezaba a las diez de la mañana; llegaba en bicicleta, me cambiaba para ponerme el uniforme en los vestidores exclusivos para chicas y la rutina daba comienzo.
Barrer, trapear, revisar que los manteles estuvieran blancos, pisos brillantes, candelabros relucientes.
Todo debía ser cegador, elegante y sofisticado.
Parecía un verdadero palacio sacado directamente de la época antigua, aquella donde el barroco era una moda, la elegancia un requisito y lo exagerado necesario.
Me fascinaba.

Las personas que se alojaban en el mismo hotel del enorme edificio blanco pronto bajaron a desayunar o almorzar; algunas pedían servicio a la habitación, y como ese día estábamos algo cortos de personal, tuve que hacerme cargo de cinco mesas a la vez.
No me molestaba. Muchos de esos actores, escritores y políticos me conocían, y yo los conocía, así que sabía atenderles como a ellos les gustaba.
Igual que en los cuartos de la Sra. Velasco.
Ya había tomado la orden de las cuatro mesas, y cuando me acerqué a la quinta, sentí un nudo en el estómago que por poco me hace gritar.
¿Era...ella?

«...¿Daiana?»

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