Espejo

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Era yo la que se devolvía la mirada. Eso me decía para sentirme tranquila pero me desconocía. Desconocía a aquella mujer que apretaba los puños a los costados; con mirada diáfana en los ojos oscuros, ¡ay esos ojos oscuros! tan oscuros como el café de las mañanas.

Ignoraba por completo a esa chica que perforaba el espejo con la mirada, a esa chica que con una urgencia desmesurada buscaba atravesarlo para alcanzar el reflejo que proyectaba... su reflejo.

Pero la había conocido alguna vez, hace algunos años antes de que aquellos luceros se llenaran de dolor y de sentimientos que ya no eran capaces de salir. Era una extraña que reconocía a veces: cuando mostraba una señal de cordura y se atrevía a sonreír. O cuando cambiaba el negro color de sus ropas y se mostraba a colores.

A veces... pero casi nunca y ese casi era siempre.

Y es que el espejo la tenía atrapada, no la dejaba salir. Y aunque a veces se escapaba, seguía siendo una esclava que escondía las cadenas en la profundidad de sus propias mentiras para después exhibirse vanagloriándose de su libertad como si todavía la tuviera, como si alguna vez la hubiera tenido y solo para guardar las apariencias.

Por eso era una extraña, porque cuando se atrevía a buscarse en la turbulencia de esas dos ventanas negras, se escondía; huía de la realidad. La desconocía porque esa no era la niña que había dejado hace unos años; porque ese reflejo que me miraba con displicencia a la espera de un pretexto para atacarme no era la persona que solía conocer. No era la persona que quería encontrar; no en esa laguna de pensamientos lóbregos, no con ese aire de súplica y coraje.

No supe cuando fue, pero en algún momento mientras se miraba al espejo, la deje ir... y la perdí por completo.

Ojalá (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora