Capítulo 3.

414 33 4
                                    

—¡Argh! ¡Maldigo a Marina y a su estúpido encanto! —Lana pensó por un instante en volver. Le asustaba lo que su ahora ex marido podría hacer si la veía por ahí, pero al verse parada en la calle, humillada y rechazada, nuevamente, por otra compañía discográfica, su mente comparó los pros y los contra de inmediato. El prostíbulo no podía lucir más tentador ahora que lo pensaba mejor, pero ya era muy tarde. ¿Cómo pudo haber pasado tan rápido el tiempo? ¿En serio hace un año, exactamente, abandonó el lugar? ¡Dios, cómo lamentaba haberlo hecho! ¡Cómo lamentaba que esa maldita mujer haya aparecido en su vida! ¡Y cómo lamentaba, por sobre todo, creer que tenía la posibilidad de una vida mejor!

—Eres una idiota, Lana. ¡Mierda! La peor idiota del  mundo. —Se dijo a sí misma, casi a punto de llorar.

¿Realmente dejó ese trabajo prometedor, donde no le faltaba nada, más que llenar el vacío que sentía por dentro? Ahora seguía sintiendo el mismo agujero en su interior, sólo que irónicamente, sin comida, casa o alguien como compañía. Sus peores miedos, entre ellos la soledad, se materializaron durante este año, y todo por ser tan tonta y creerle a esa jodida mujer tiempo atrás. 

Se rió de su propia estupidez, casi histéricamente, hasta que cayó en la cuenta de que seguía estando parada en el medio de la vereda, con su demo en mano como muchas otras veces le ocurrió. Decidió que la próxima vez que lo intentara, si es que tenía la oportunidad, le iría mejor. Le tenía que ir mejor. Se cuestionó si tal vez ella simplemente no estaba hecha para el triunfo, si quizá estaba condenada a esta vida de mierda por ser tan soñadora. 

Por enésima vez, volvió a su departamento, si se lo podía llamar así, sintiéndose patética. Vivía temporalmente en un monoambiente de 5x5, el lugar más infernal en el que estuvo jamás. Se repetía constantemente que sólo era temporal, pero era consciente de que si las cosas seguían así, tendría que decir adiós a su sueño y enfocarse en invertir dinero para arreglar la humedad de las paredes y las cañerías rotas. 

A esta altura, se sentía como una hormiga a la que un humano tortura con una lupa. No podía creer su mala suerte, porque aunque sabía que conseguir lo que quería iba a ser duro, jamás imaginó que conseguir un trabajo también lo sería, y un hogar, y comida. Trabajaba, temporalmente —¿Habrá algo que no sea temporal en su vida?—, en un bar de segunda mano a dos cuadras de su casa, lo que era un acierto, porque tampoco tenía como transportarse. Y aunque sólo tenga un turno de 4 horas allí, el lugar eran tan desagradable que ella prefería hacerse pasar por una extranjera para sólo hablar lo justo y necesario. 

En su trabajo, era conocida por los clientes como Lana, una mujer búlgara de 30 años, con poco conocimiento en inglés y recién llegada al país. Exiliada. Divorciada. Con tres hijos. Antes de presentarse para el trabajo, decidió que lo mejor era encontrar los adjetivos menos atractivos para los hombres para no llamar su atención. Y no es que no estuviera interesada en ellos, no, porque bien sabía que a veces las ganas de estar con uno de ellos la consumía, y el deseo de ser tocada y complacida como en los viejos tiempos la torturaba, era muy consciente de que mejor no acercarse a esos hombres de mala muerte. Le explicó su situación a su jefe, quien estuvo de acuerdo en mantener su identidad oculta.

Lana experimentó la peor escena de su vida cuando vio a su compañera de trabajo siendo violada por uno de ellos. Sólo que no estaba siendo violada, sino que más bien intercambiaba dinero por sexo. Más o menos lo que ella hacía en su vida anterior, sólo que más sucio, duro y tosco. Desde el primer instante supo que no quería estar en esa situación, por eso trató de dejar en claro que no estaba interesada en ningún encuentro en el callejón de atrás del bar. Ni en ningún lado, dicho sea de paso. Apenas llegaba, se ponía un horrible delantal color musgo, se recojía el pelo y no usaba maquillaje. Actuaba como si no entendiera ni una palabra más que el típico "Quiero de tomar...", así que cuando alguna bestia se avalanzaba sobre ella, generalmente borracho y gritando improperios, Lana se mantenía impasible y llamaba de inmediato a su jefe, diciéndole en un inglés acentúado "Él, es él". Josh, el bendito Josh, llamaba a su único guardia, que a la vez era su hijo, para que echara al patán.

La decisión correcta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora