Soy la voz de mi alma que susurra en este silencio las palabras que se ahogan dentro de mi garganta. Como un rayo de sol atraviesas y vistes con tu brillo cada lugar que presencio. Cada paso que doy, cada rincón está invadido de tu recuerdo.
Observo en el jardín ese triste banco vacío, vacío de amor, vacío de esperanzas, lleno de dolor. Lo cubren las hojas otoñales las cuales también danzan con su aspereza y sequedad en la fuente de agua. Aquella que alguna vez fue testigo de nuestra promesa de amor, de nuestros besos, aquellos que se entremezclaban con el perfume del jazmín embriagándonos de ternura y pasión.
Caen vencidas las ramas del árbol sobre la misma fuente, en la que se reflejaba la alegría de tu mirada cuando te dejabas hipnotizar por mis pupilas enamoradas. Fue testigo de cuánto dolor recaía en mí cuando secaba tus lágrimas en los días que se alejaba el verano. Ese gran árbol era nuestro confidente cuando luchábamos por nuestros miedos, por nuestra angustia y recibíamos uno del otro el consuelo. Él guardó el secreto de todos nuestros sueños rotos, sueños que vimos volar despedazados por el aire, como las hojas resecas cuando se las lleva el viento con su furia.
Y hoy, seguís en mi alma, en mi corazón; en mi mente, en mis suspiros, en mi dolor. Ante el iris de mis ojos que capta el brillo del resplandor del sol, imponente, embelleciéndolo todo, atravesándome e iluminando mi interior. Transformando mis oscuros días y sintiendo que estás ahí reflejado en su brillo intenso.
Pero... ya no estoy. Ya no estás. Todo este tiempo de tanto dolor, sangró lo suficiente mi corazón por no sentir tu mano extendida, por no ser yo quien transformaba tu llanto en risa como antes, cuando en el ayer renacías entre mis brazos después de morir en vida. No. Ya no estás. Solo dejaste tu luz, tu paz, en cada lugar, en todos los rincones de mi alma... Y yo sigo atada a vos, a tu dolor, a tu amor... dentro de mi oscuridad.
Karina M. Delprato