Emilia:

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Luego de escuchar el cuento de la abuela Teté, ambos niños discutieron el tema hasta el cansancio. Emilia opinaba que todos los sucesos extraños que rodeaban a aquel pobre viejo era pura mentira para asustarlos, que no había nada raro con la bicicleta del hombre, que eran invenciones de una anciana desocupada y senil.

— ¿Senil? —balbuceó Dani sin entender.

— ¡Pues que inventa! Eso les pasa a los viejos... Como a la señora Amelia, ¿recuerdas?

La señora Amelia era una vecina, ya fallecida, que revolucionó a sus vecinos un día saliendo desnuda de su casa y a los gritos. Cuando le preguntaron qué ocurría explicó que su gato le había hablado. Dani no la recordaba pero había oído la historia.

— La abuela Teté es muy anciana, me dijo papá, pero no está senil —la contradijo, Dani, ofendido—. Y ella me dijo que era VERDAD.

— Entonces lo inventó y te mintió. Vi al viejo de la bicicleta muuuchas veces y mamá me dijo que estaba loco pero que era "ilofensio"... o algo así —replicó Emilia.

Dani captó el error y le respondió con malicia, recalcando cada letra.

— "I-n-o-f-e-n-s-i-v-o"

— Como sea —dijo Emilia, ruborizándose—. Pero todo es mentira.

— Mi abuela nunca miente —se enojó, Dani, cruzándose de brazos.

Hubo un breve silencio.

— Bueno... entonces tendremos que ir a comprobarlo. —Era evidente que la idea rondaba la cabeza de la niña desde hacía tiempo... y no le desagradaba.

Su amigo se asustó y la miró con los ojos abiertos.

— ¡No! ¿Estás loca?

— ¿Qué te pasa?... ¿Tienes miedo?

— ¡Yo no tengo miedo! Pero... pero...

— ¿Eres una gallinita? —lo interrumpió Emilia, apuntándolo con un dedo.

— ¡No!

— ¡Gallinita, gallinita, gallinita! —le gritó la niña, mientras se alejaba por la calle rombo a su casa.

Cuando estuvo del otro lado de la calle se agachó y empezó a actuar como una gallina. Dani terminó por enojarse.

— ¡Bien! ¡Vamos está noche y... y vas a ver cómo sí es verdad!

Emilia se rió con ganas, satisfecha de su triunfo.

— ¡Bueno... Nos vemos aquí, a las ocho!

Luego salió corriendo, mientras que su amigo se devolvió camino hacia su casa, molesto con la niña. También estaba un poco asustado.

Un par de horas después se había arrepentido de aceptar ser parte de la aventura nocturna. En realidad, a pesar de defender los dichos de su abuela con firmeza, sentía una profunda molestia al tener que admitir la fábula cuando enfrentase esa noche la verdad porque, muy en el fondo, él pensaba igual que ella. El cuento no podía ser cierto. El viejo de la bicicleta estaba loco... pero su casa no podía estar embrujada y mucho menos su bicicleta. Su madre le había dicho muchas veces, desde que era muy pequeño, que los fantasmas no existían y él nunca había visto uno.

Tampoco le gustaba mentirle a tía Rosana porque siempre lo descubría, sin embargo tuvo que hacerlo para justificar su falta de esa noche. Al hacerse la hora decidió cumplir con lo acordado.

— Emilia me invitó a cenar... ¿Puedo ir? —le preguntó, mientras miraba sus zapatillas y rogaba que su tía no se diera cuenta que mentía. Sabía que le diría que sí, no obstante no le gustaba mentir, siempre acababa castigado.

El viejo de la bicicletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora