El viejo:

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Al terminar el día, cansada la policía de los gritos y la advertencia de la anciana abuela Teté, que nadie quiso escuchar hasta bastante entrada la noche, fueron a hacerle una visita al viejo loco de la bicicleta. Dani se había refugiado en los brazos de su abuela e insistió tanto con la idea de que el hombre le había hecho daño a su amigo, incluso delante de la policía, que ya no pudieron seguir ignorándolos. Era su última esperanza ya que Pedro no aparecía por ningún lado.

— Tienes que convencerlos, Rosana, a ese viejo loco nunca le gustaron mucho los niños.

— Por favor, abuela Teté, no insista. El hombre es un anciano frágil y sería incapaz, aparte de que poco probable, que le hiciera daño a un pequeño. A lo sumo les gritaría algo —manifestó exasperada, Rosana. Más temprano ese día.

— ¡Las apariencias engañan, niña! —se enojó la anciana que no iba a rendirse tan fácilmente—. Nunca quiso a la gente cerca de su casa. En mi época también tenía fama de viejo loco y nosotros, los niños, solíamos tenerle mucho miedo. Un día la curiosidad nos venció y fuimos a espiarlo... Suerte tuvimos al no ser atrapados, pero él sabía que habíamos ido y nos vigiló durante mucho tiempo. Luego su mujer murió y él enfermó de repente... supongo que se olvidó de nosotros... Pero te digo una cosa, Rosana, ¡su bicicleta se movía sola en la oscuridad!

— Entonces, abuela Teté, ¿no era un cuento lo que nos dijo a Emilia y a mí? —intervino Dani, sorprendido.

— No, cariño, no era un cuento.

— ¡Por Dios santo, abuela, no lo asuste! —se horrorizó la mujer al oírla y agregó, tratando de razonar con ella—: Está diciendo cosas que soñó. Si todo lo que dice fuera verdad ¡ese hombre tendría como 200 años! No puede haber sido un viejo cuando usted era una niña.

— ¡Pues lo era, Rosana! Lo que ocurre es que guarda un secreto...

— ¿De qué habla? —preguntó Rosana, perpleja.

— ¿Acaso no entiendes? Él es brujo, cada vez que desaparece alguien ¡vive más años!

Dani se estremeció al oírla y Rosana casi larga una carcajada, que se perdió en su garganta al ver el terror en los ojos de su sobrino. No le parecía nada gracioso que la anciana provocara que el niño se asustara con sus delirios. Tomó al chico de la mano y casi lo arrastró fuera del comedor-sala, cerrando la puerta tras ella y sin escuchar las protestas fatídicas de la anciana. Se agachó hasta quedar a su altura, con mucho esfuerzo debido a su voluminoso organismo:

— No tienes que tener miedo, Dani, la abuela Teté es muy anciana y a veces dice cosas que no son reales. Cuando uno tiene ya muchos años a cuestas, éstos comienzan a pesar y la mente empieza a funcionar diferente. Cree ella que el cuento es cierto... Pero no lo es —le susurró con tacto, tratando de que el niño comprendiera.

Hubo un breve silencio.

— ¿Y si fuera cierto? —balbuceó aterrorizado. Él entendía lo que tía Rosana decía, el padre de papá había pasado por lo mismo. Acabó por pensar que era un niño y que su esposa era su madre. Sin embargo, ¡él sabía que abuela Teté decía la verdad!... Él la había visto. Había observado la bicicleta moverse con claridad.

— No es cierto, cariño, tienes que creerme. Es un anciano... quizá loco pero no le haría daño ni a una mosca. Pedro ya aparecerá en cualquier momento.

Dani estuvo a punto de decirle a tía Rosana lo que sabía del asunto... Era verdad y tan real que daba escalofríos... pero si la mujer no le creía a la abuela Teté, ¿le creería a él? Lamentablemente decidió que no, que nadie le creería. Además, si el viejo loco se enteraba de que había hablado iba a perseguirlo y tendría el mismo destino que Emilia y Pedro... No necesitaba ir a la casa del viejo loco para saber que el chico estaba descansaba junto a su amiga.

El viejo de la bicicletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora