Pedro:

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Miguel tampoco le había creído, o al menos eso fue lo que demostró, ahora que sabía la historia completa. Simplemente era imposible.

— Eso es peor que el cuento de tu abuela —se burló Miguel, luego se fue. Dani se encogió de hombros, con tristeza.

Su amigo lo entendía, él tampoco lo hubiera creído si alguien se lo habría contado... ¡pero era real!... Tan real que daba escalofríos.

Por un tiempo el niño se sintió solo. Sus amigos no lo iban a buscar para jugar y comenzó a quedarse en casa, al lado de su abuela, que estaba cada vez más preocupada por él, debido a su extraña conducta. La anciana intentó que saliera a la calle más a menudo, que se divirtiera un poco más, sin embargo el niño que ella conocía parecía haberse quedado hibernando en la ciudad. Ya ni siquiera sus pasteles lo alegraban como antes.

Una noche, Dani comenzó a gritar dormido y despertó a las dos mujeres.

— Por todos los cielos, niño, ¿estás bien? —Tía Rosana lo miraba asustada. Estaba en camisón y con los ruleros puestos.

— Tuve una pesadilla —explicó Dani, aún somnoliento y temblando.

— ¿Qué soñaste? Calma... calma... Ya pasó.

— Con el viejo...

— ¿El viejo? ¿Qué viejo?

— El monstruo de dos cabezas... Él se llevó a Emilia, lejos —dijo Dani y una lágrima escapó de sus ojos.

— ¡Oh, Dani! Tranquilo... Fue sólo un mal sueño —dijo la buena mujer, mientras lo abrazaba—. Sé que extrañas mucho a tu amiga, si quieres puedo averiguar su teléfono para que le llames.

Dani no respondió, sabía que nunca volvería a hablar con Emilia. No obstante, no podía decírselo a su tía.

— ¿Quién era el monstruo, Dani? —preguntó una voz, desde el umbral de la puerta.

— ¡Abuela Teté! ¡Se va a resfriar! —exclamó Rosana, estupefacta al verla allí.

De pronto, la mujer se levantó refunfuñando y casi empujó a la anciana a su habitación, tratándola como a una frágil criatura; mientras ésta no dejaba de preguntar a su nieto quién era el monstruo de sus sueños. Sin embargo, el niño no respondió. ¿Quién iba a creerle?

Sus pesadillas continuaron y la abuela Teté comenzó a alarmarse cada vez más, de todos modos dejó de preguntarle quién era el monstruo que lo acechaba en las pesadillas. No quería presionarlo, sabía que hablaría con ella tarde o temprano. Había descubierto algo que Rosana no y eso la tenía asustada. Además recordó lo extraño que resultaba que la madre de la pequeña Emilia Parra se hubiese ido lejos, si toda la vida había vivido allí, incluso encima sin despedirse. Lo único que sacaron en claro de esta súbita partida sus vecinos fue que la madre de Emilia no había dejado dirección ni teléfono a nadie, incluso se fue abandonando sus cosas en la pequeña casa que ocupaban, como si pronto fuera a volver.

— ¡Es todo muy extraño, viste! Pero no me voy a dar por vencida, en algún lado de la ciudad están. Creo que ella tenía un hermano... Pero no recuerdo el nombre —opinó tía Rosana hablando con la abuela Teté. Estaba frustrada porque por primera vez en su vida sus averiguaciones no habían dado sus frutos.

Un día, muy temprano en la mañana, cuando ya hacía más de diez días que se encontraba en el campo, Dani se despertó sobresaltado. Su pijama estaba mojado por el sudor. Como de costumbre había tenido una horrible pesadilla, el monstruo lo había perseguido por los viñedos, riéndose de él. En el sueño llamaba a Emilia desesperadamente, pero la niña no aparecía... Se había ido lejos donde Dani no podía rescatarla.

El viejo de la bicicletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora