Veinte años después:

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El diario cayó al suelo, deshojándose en el piso. No podía creer que sus familiares no le hubieran hecho ni una llamada. Enterarse por los avisos fúnebres de la muerte de su anciana tía Rosana le produjo amargura y pena. ¿Cuánto hacía que no la veía? Unos veinte años... al menos. No había vuelto al lugar donde estaba su casa desde su niñez.

Daniel había intentado todos esos años olvidar lo ocurrido aquel lejano verano, forzándose a sí mismo. Tratando de manipular su memoria como si fuera arcilla para recordar lo que los demás le decían... para olvidar lo que había visto. Para transformar la verdad en la mentira. No obstante su memoria, frustrándole todos sus planes, se había mantenido firme. No pudo olvidar... jamás.

Sus padres lo habían obligado a ir a uno de esos psicólogos infantiles que estaban de moda en esa época. De nada le había servido el tratamiento ya que insistía en la verdad de lo ocurrido aquel fatídico verano. El hombre titulado se cansó de decir que los cuentos de la anciana abuela Teté no eran reales y acabó por asustarlo al señalarle el lugar dónde encerraban a los locos. Eso fue lo que necesitaba el niño para comprender que jamás nadie le creería y que el silencio era su único y último refugio, el que lo mantendría a salvo de por vida. El pequeño comenzó entonces a mentir, aceptando que estaba equivocado, y luego de un prudente tiempo lo creyeron curado.

Jamás olvidaría a sus amigos ni lo que les había ocurrido, pero no quiso volver otra vez a aquel lugar. Ni siquiera cuando falleció la abuela Teté, unos años luego de que se fuera, siendo una anciana milenaria. No estaba preparado para enfrentar lo que había negado durante tanto tiempo ante los demás, sin embargo esta vez decidió que ya era hora de hacerle frente a sus temores infantiles y dar por terminada aquella etapa tan dolorosa de su vida. Ya no era un niño asustado, no, era un joven adulto.

La curiosidad pronto lo invadió al pensar qué habría sido de la vida de Miguel todos esos años, el único amigo que sobrevivió a la catástrofe. Tomó el teléfono para avisar en su trabajo que iba a faltar unos días, debido a una desgracia familiar. Una hora después se encontraba en su propio auto, recorriendo el camino que había aprendido de memoria en su niñez. Un camino polvoriento y rodeado de viñedos. Un camino de pesadilla... que lo acercaba al monstruo de dos cabezas. Un monstruo que había desaparecido, que había muerto... Volvieron entonces a él los recuerdos, como imágenes de un libro viejo.

Manipuló la radio del auto para colocar música, que pudiera alejarlo de esos malos recuerdos pero, antes que se diera cuenta, ya había llegado a su destino.

— Bueno... aquí vamos —se dijo a sí mismo, con un suspiro.

Al estacionar frente al hogar de tía Rosana, que a la muerte de la anciana había seguido habitando sola, no reconoció a ninguno de los hombres y mujeres que se amontonaban allí dentro. Había pasado demasiado tiempo...

La casa no había cambiado mucho, no obstante podía observarse en ella el paso de los años. Fue al patio y de ahí a la habitación, que siempre había ocupado la mujer. Cerca del cajón, colocado encima de una mesa ratona, pudo ver a su llorosa madre, rodeada de un par de señoras maduras que no reconoció. Quizás algunas familiares lejanas. Se acercó a ella y la saludó con un tibio beso en la mejilla, luego salió del sofocante cuarto. El olor a las flores marchitas le había dado náuseas y la culpa se removió en lo profundo de su interior... Tía Rosana le había hablado muchas veces para que fuera a visitarle, pero él nunca había accedido...

En una columna del patio interior se encontraba un hombre muy delgado, miraba el suelo con tristeza. Daniel lo reconoció al instante, a pesar de su aspecto, era el hermano mayor de Pedro. Se acercó a él y lo saludó.

— Vaya, Dani, ha pasado mucho tiempo —le dijo al verlo, forzando una sonrisa. Parecía más viejo de lo que en realidad era. Tenía profunda ojeras y unas arrugas precoces. Era evidente que la vida no lo había tratado muy bien, pensó el joven.

El viejo de la bicicletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora