c i n c o

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—Edd, ¿Puedo preguntarte algo?—titubeó, con aquella pregunta, para empezar una conversación. No había un ambiente incómodo ni mucho menos, pero el silencio siempre había logrado incomodarlo, más cuando era un chico activo.







Había pasado exactamente una semana y media, en donde el chico extranjero había logrado amoldarse perfectamente al trío, pareciendo como si hubiera estado de toda la vida junto a ellos, llamando la atención. No había ningún problema, nadie tenía una relación tensa ni mucho menos. Perfecto.









—Claro, dime—su voz demostraba interés, aunque no levantó la vista en ningún momento del papel. Estaban en la mesa del comedor, el castaño hacía bocetos en una libreta algo pequeña, y con un lápiz de por ahí, pero estaba entretenido.









—Es... Es sobre Tom, él... ¿Siempre ha sido así de tranquilo? Digo, no es por algo en contra, pero si lo ves a simple vista, no piensas enseguida que es alguien tan pacífico—intentó transmitir algo de gracia en sus palabras, al mismo tiempo en que no quería sonar tan duro. Afortunadamente, el contrario captó su idea, sonriendo incluso más de lo que ya hacía, tranquilizando el pulso acelerado del de cuernos por cabello.









—Mira, si te digo la verdad, sabía que algún día ibas a decir algo relacionado a ello —una suave risa alegre acompañó sus palabras, relajando aún más todo. Acomodó un poco sus lentes y tomó aire, para continuar, aunque algo que el de ojos grisáceos no notó fue como perdió un poco de ánimo antes de hablar— claro que alguna vez fue más... Como decirlo, ¿Atrevido? Solían molestarle en la escuela, ya sabes y...









Podría haber seguido escuchando, claro que podría haberlo hecho, pero incluso él no se explicaba el porqué apenas escuchó las palabras “solían molestarlo en la escuela” se desconectó por completo, sintiendo su humor cambiar de manera repentina también, volviéndose éste a uno más pesado. Incluso su mirada se había oscurecido, pero aún así no despegó sus ojos de la boca del británico frente a él, para al menos pasar desapercibido. No podía entender, ¿Cómo alguien podía tratar mal a Tom? ¿De verdad existía alguien tan idiota como para hacer eso? ¡Hola, me gusta molestar a alguien que habla en lenguaje de señas, que divertido! Eso no le parecía normal.









—... Tord, ¿Qué te sucede?—ladeó su cabeza, esperando atención, la cuál no recibió, frunciendo el ceño un poco. El chico frente a él estaba completamente absorto en sí mismo— ¿Tord?









Otra vez, no recibió resultado alguno, pero segundos después el noruego volvió a levantar la mirada. Sus ojos estaban completamente abiertos y sus mejillas mostraban un suave sonrojo el cuál probablemente comenzaría a expandirse pronto.









—¡L–Lo siento, me puse a pensar algunas cosas y me perdí!—chilló entre explicaciones. Por la vergüenza, cubrió su rostro con sus manos, sintiendo con éstas como su rostro ardía— soy un imbécil, perdón...









—No digas tonterías, mira, te explico otra vez. En resumen, Tom se defendía con golpes, pero las palabras siempre van a doler más que algo físico, más que nada, porque un moretón sana, una agresión verbal se mantiene en tu mente, siempre, por más que luches por lo contrario. Por eso, esa tropa de idiotas pensaba que era divertido manipular psicológicamente a alguien que, obviamente, no iba a poder devolverles eso—el desagrado y rabia eran tan perceptibles en sus palabras, que llegaba a dar miedo, pero aún así Tord se mantuvo en silencio— al final, Tom absorbió aquello tal y como los niños pequeños. Sus inseguridades aumentaron, demasiado en realidad, por lo que luego de un tiempo solamente se le podía ver con los audífonos y la mirada perdida en el cuaderno.









pianista ; tordtomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora