Las leyendas son reales .
Ángeles y demonios existen .
La guerra del bien contra el mal nunca acaba .
Las personas somos ignorantes de que nuestros angeles aparecen en las noches para matar a nuestros demonios .
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-¿Cómo te llamas?
Ella se volvió y sonrió. La tenue luz que había en el almacén se derramaba sobre el suelo a través de altas ventanas con barrotes cubiertas de mugre.
Montones de cables eléctricos, junto con pedazos rotos de bolas de discoteca y latas desechadas de pintura, cubrían el suelo.
-Isabelle. -musito la joven.
-Es un nombre bonito.
Avanzó hacia ella, pisando con cuidado por entre los cables por si acaso alguno tenía corriente. Bajo la débil luz, la muchacha parecía medio transparente, desprovista de color, envuelta en blanco como un ángel.
Sería un placer hacerla caer...
-No te he visto por aquí antes.-ronroneo el chico.
-¿Me estás preguntando si vengo por aquí a menudo?- lanzó una risita tonta, tapándose la boca con la mano. Llevaba una especie de brazalete alrededor de la muñeca, entonces, al acercarse más a ella, el muchacho vio que no era un brazalete sino un dibujo hecho en la piel, una matriz de líneas en espiral.
Se quedó paralizado.
-tú... -no terminó de decirlo.
La muchacha se movió con la velocidad del rayo, arremetiendo contra él con la mano abierta, asestando un golpe en su pecho que lo habría derribado sin resuello de haber sido un humano.
Retrocedió tambaleante, y entonces ella tenía ya algo en la mano, un látigo serpenteante que centelleó dorado cuando lo hizo descender hacia el suelo, enroscándoselo en los tobillos para derribarlo violentamente. El chico se golpeó contra el suelo, retorciéndose, mientras el odiado metal se clavaba profundamente en su carne.
Ella rió y de un modo confuso, él se dijo que tendría que haberlo sabido.
Ninguna chica humana se habría puesto un vestido como el que llevaba Isabelle, las chicas de ahora usaban cosas mas atrevidas y enceñaban mucha mas piel.
La muchacha dio un fuerte tirón al látigo, asegurándolo.
Su sonrisa centelleó igual que agua ponzoñosa.
-es todo suyo, chicos.
Una risa queda sonó detrás de él, y a continuación unas manos cayeron sobre su persona, tirando de él para levantarlo, arrojándolo contra uno de los pilares de hormigón. Sintió la húmeda piedra bajo la espalda; le sujetaron las manos a la espalda y le ataron las muñecas con alambre.
Mientras forcejeaba, alguien salió de detrás de la columna y apareció ante su vista: un muchacho, tan joven como Isabelle e igual de atractivo.
Los ojos leonados le brillaban como pedacitos de ámbar.
-bien- dijo el muchacho- ¿hay más contigo?.
El chico de los cabellos azules sintió cómo la sangre emanaba bajo el metal demasiado apretado, volviéndole resbaladizas las muñecas.