El miércoles llegó, y con él una oscura mañana lluviosa. Al salir al jardín, rumbo a la escuela, vi algo entre las plantas, me agaché y lo tomé: era una foto de Pablo con sus amigos en lo que parecía ser la sala de mi casa (con algunos detalles diferentes); me pareció realmente raro, puesto
que yo vivía ahí hace mucho, pero sólo la guardé y me fui.
Por la tarde sentía que debía ir al parque, así que lo hice. Como si estuviera planeado, encontré a Pablo en el mismo lugar que el día anterior; cuando iba camino a saludarlo me tropecé y caí de bruces. Estaba exageradamente sonrojada por la vergüenza. Se puso una mano en la frente, cerró los ojos y sonrió.
-Mi torpe y pequeña Sam.-dijo mientras me ayudaba.
-Gracias,-dije, limpiándome las rodillas- Espera, ¿por qué me llamas pequeña Sam?
-Siempre lo he hecho, ¿no?
-¿A qué te refieres con siempre?
-Nada, olvídalo, más bien cuéntame cómo estuvo tu día.
Le hablé de la escuela y sobre la fiesta de la que todos hablan. Sentía que podía confiar en él, raro, considerando el hecho de que lo conocía hace sólo un día.
-Con que una fiesta el sábado, ¿Vamos a ir?-dijo dándome una mirada llena de complicidad y suspicacia.
-¿Cómo? ¿Ir tú y yo? ¿Juntos? Ni si quiera eres de mi escuela.
-¿Y eso qué? ¿Quieres ir conmigo?
Estaba aturdida. Ese asombroso chico estaba invitando a alguien como yo a una fiesta a la que ni estaba invitado. Lo dudé solo un segundo.
-Está bien, entonces iremos.
-¡Perfecto!