Cierto día iba camino a la escuela con mi mejor amiga; ella estaba contándome sobre su novio y lo bien que la habían pasado el día anterior. Y lo vi. 1,80 m aproximadamente, tez bronceada, cabello oscuro cayendo sobre su frente, ojos color ámbar, nariz perfecta para la forma de su cara, mandíbula fabricada directamente por los dioses del Olimpo, músculos bien definidos (se notaba que practicaba algún deporte con bastante exigencia física), brazos cruzados sobre el pecho, camiseta gris cuello en v, jeans ajustados, botas de caña alta y una chaqueta de cuero negra que le daba un ligero toque de chico rebelde. Cuando notó que lo estaba mirando con ávida concentración, me sonrió. Esa sonrisa se me hizo muy familiar, aunque no recordaba haberlo
visto jamás.
-¿Tan siquiera me estás prestando atención?
Juliana me sacó de mi ensimismamiento. –Disculpa, ¿qué decías?
-Que si estás lista para hoy. ¿En que estás pensando?- dijo lanzándome una mirada de complicidad.
Rodé mis ojos.-En nada tonta, sólo me entretuve con el chico.
-¿Qué chico?
-El que estaba ahí, recostado sobre aquel árbol.-dije señalando hacia el lugar donde se encontraba hace un momento.
-Querida, -dijo ella palmeando mi hombro y haciendo cara de resignación, -creo que tantas cosas sobre ángeles tienen tu cabeza un poco en las nubes.
-Pero... ya qué, olvídalo y continúa.
Fue un día completamente normal, excepto por el hecho que no paré de pensar en ese extraño chico y su cautivante sonrisa.
Por la noche decidí leer un poco y no me di cuenta cuando me quedé dormida, pero tuve el mejor de los sueños: estaba en un parque, los colores del lugar eran muy llamativos; y allí estaba mi desconocido, con manos en los bolsillos y una media sonrisa tímida, caminaba hacia mí y luego me abrazaba.
