Day 1: To the Comic-con

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—¿Has visto mi capa?

—Esta es la tercera vez que me lo preguntas. Me temo que no.
—¿Estás seguro? ¿No está debajo de ti?
—¿Por qué estaría debajo de mí?
—Quizás te sentaste en ella y...
—Muy maduro de tu parte culpar a mi trasero de esa cabeza tuya que todo lo olvida.
—¡Te he dicho que no olvidé dónde la puse! Recuerdo haberla dejado aquí, sobre la cama. Ayer lo dejé todo listo, ¡lo juro! No es posible que se haya perdido, a menos de que haya cobrado vida y saliera de la habitación por cuenta propia o que... —De repente, apareció la idea más coherente de todas dentro de su cabeza—. ¡Peeeter! ¡Devuélveme mi capa, AHORA!

Arthur Olvídalotodo Kirkland, ese era su nombre (o al menos lo habría sido si hubiera ocurrido el desastre de no apagar la computadora a tiempo el día en que Kiku Oppairamenlover Honda estaba haciendo el supuesto intento de cambiar su segundo nombre legalmente por Internet).

El muchacho de cabellos cortos y completamente enmarañados salió a pasos rápidos de su cuarto, en busca de ese chiquillo ladronzuelo al que era obligado a llamar «hermano».
Mientras tanto, el jovencillo de finos ojos se levantó tranquilamente del asiento del escritorio, y sin apartar la vista del nuevo video musical de Kyary Pamyu Pamyu que se estaba reproduciendo en la pantalla de su celular, bajó calmado las escaleras, tomándose del barandal con tal de asegurar una no-caída dolorosa si es que daba un paso en falso; y salió de la casa, colocándose los auriculares para permanecer ignorante del tremendo griterío que siempre se escuchaba en el hogar de los británicos.
En el interior, se escuchaban los pasos pesados y brincos largos hasta la sala.

—¡Dámela en este instante! —ordenó impetuosamente el antepenúltimo hermano menor, «el raro nerdo come libros», corriendo detrás del único miembro de la familia con ojos celestes.
—¡Primero atrápame, lento! —respondió con el mismo alto tono la ratita. Peter, se llamaba, era el menor de todos los hombres, uno de los dos que constantemente causaban desastres y sabían cómo desquiciar a la gente.

Peter se apresuró por el pasillo, brincando de izquierda a derecha los juguetes regados por doquier, unos pertenecientes a él mismo y otros a su hermana pequeña. Arthur, persiguiéndole, lanzó un gruñido por ser ignorado otra vez, saltando pasos más largos que el mismo ladronzuelo y manoteando con los brazos estirados cada vez que estaba a tan sólo centímetros de alcanzarlo.
Peter se volteó, sacando la lengua burlón al otro; pero esa mofa le costó un tropiezo que lo llevó a chocar con la puerta que tenía excesivas calcomanías de "Keep the f**k out" y calaveras.
Ambos rubios pararon al momento, se les secó la boca, el pulso que ya tenían rápido se les aceleró todavía más, luego, muy lentamente, voltearon a ver al horripilante ente que apareció por dicha puerta.
Se les achicó la garganta, y Peter comenzó a gritar.

—¡Ahh! ¡Un monstruo! ¡Un alien! ¡Es el lagarto del lago con aliento a hipopótamo muerto!
—¡Cállate, estúpido enclenque infernal! —bramó un chico de cabellos anaranjados al levantar la mano, estuvo a punto de soltar un golpe en la tierna cara del pequeño demonio, si no fuera porque Arthur logró jalarlo aprisa de la camisa y tirarlo a su lado en el suelo.
—¡Aaron, no puedes levantarle la mano a Peter!

Allí, hizo su entrada el hermano que era aún mayor que Aaron, quien se apuró a tomar al pequeño rubio y levantarlo del suelo: un joven de castaño pelo, algo opaco, y los mismos ojos verdosos de todos a excepción de los más chicos.
Otra cosa que compartían los hermanos, además de las cejas bellamente prominentes, eran las pecas en sus cuerpos; unos teniendo más que otros, Aaron y el recientemente mencionado castaño resultando los más pecosos.

Lo acalló, shusheando y sobando el codo que había quedado raspado de Peter, éste soltando pequeños gimoteos.

—¿Entonces puedo golpear al otro idiota?
Arthur dio un paso atrás.
—¡Tampoco!
—Dyfan... me aburres —Con ello y un gruñido que asemejaba el de un gorila, emitido con ojos malhumorados hacia los dos menores allí presentes, El Verdadero Satán (como la hermanita solía llamar) se dio la vuelta y volvió a su cueva pestilente.

El ambiente de inmediato se hizo más liviano, al menos para el par de rubios.

—No te preocupes, Pete. Vamos al baño y con un poco de pomada dejará de dolerte —decía con una voz tranquilizadora.
—¿Y besitos? —respondió con ojitos brillosos el más pequeño.
—Sí, y besitos —Tras decir eso, recibió un abrazo por esos bracitos de su consentido diablillo, el cual de inmediato correspondió.
—Gracias, mami.

Dyfan solamente pudo repetir unas risas apaciguadas, pequeñamente avergonzadas por ese apodo que le adoptaron sin su consentimiento, muy desinformado él de la junta familiar a la que no asistió en el momento que decidieron concederle dicho mote.
Ahora que habían dejado de correr, Arthur por fin tomó la esencial capa que completaría su cosplay. Se dio la vuelta y estuvo a punto de desaparecer de la escena, pero su hermano mayor apresuró a hablar.

—¿Por qué Aaron se enojó?
—Siempre está enojado —interrumpió Pete.
—Shh —dijo Dyfan.
—Peter tomó mi capa sin permiso y estaba persiguiéndolo para que me la devolviera.
—¡Acusador!
—Shh —volvió a decir Dyfan —. Peter, ¿cuántas veces tengo que repetirte que no debes tomar las cosas que no son tuyas sin permiso?
—¡Pero eso es mío!
—¡No lo es! —protestó Arthur.
—¡Está hecho con mi cobertor!
—Cobertor que nunca usaste y yo sí usé, con el consentimiento de Dyfan.
—Tiene razón, Pete. Nunca lo quisiste poner en tu cama. Y de calidad tan buena que era...
—El color no me gusta —opinó Peter.
—¿Entonces de qué te quejas? —inquirió Arthur.
—¡Pero es mío!
—Ya, ya. Después te conseguiré una igual a esa, pequeñín, pero dejen de pelear —estatuyó el mayor de los tres; abrazando al rubio más bajo, que seguía refunfuñando, llevándoselo así al antes mencionado cuarto de baño.

Pero antes, recordó: —Artie, Kiku está afuera esperando. Puedes irte ya —No obstante, cuando se dio la vuelta, el menor ya no estaba ahí—. ¡Que te vaya bien! ¡Diviértete!
—¡Y trae algo para nosotros! —añadió el chiquillo. Dyfan rodó los ojos y se lo siguió llevando.

De nuevo, con piernas lo más humanamente asemejadas a la velocidad de un chita, Arthur saltó por el océano de juguetes de regreso a las escaleras.
En un dos por tres ya estaba fuera de su hogar y acompañando a su mejor amigo.

—Veo que lograste conseguirla. Felicidades —comentó el de cabellos azabaches, quitándose un audífono para escuchar al otro, pero sin apartar su persistente mirada de la lista de reproducción de su teléfono.
—Sí. Lo tengo todo —afirmó el inglés, colgándose una mochila roja sobre su hombro izquierdo.

Kiku le miró de reojo, inspeccionando desde los lentes hasta sus zapatos, como si fuera su deber asegurarse de que el traje estaba completo. Después asintió con satisfacción, guardando el móvil en su propia mochila. Ésta era indispensable para cualquier persona en una convención.

Así, ambos guerreros finalmente emprendieron el majestuoso viaje hacia las míticas tierras de la Comic-con.

LITERAL SUPERHERO [UsUk]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora