Capítulo 2

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La cabeza me dolía como si un elefante acabará de practicar sus clases de zumba en ella. Abrí los ojos y poco a poco me fui acostumbrando a la luz que se filtraba por la ventana de aquella habitación.

Una habitación sobria. De paredes gris crudo y sin a penas decoración. De verdad que esa habitación quitaba el ánimo a cualquiera.

Pero lo que más me alertó fue que aquella habitación no era la mía. No era la habitación en la que yo dormía en el orfanato.

- !¿Pero qué ?!

A la rapidez de la luz, unos ojos ámbar brillante aparecieron en mi campo de visión. Parecían hablar por si solos aquellos ojos.

- Tranquilízate.

- ¿Dónde estoy? - pregunté con los dientes castañeteando de la rabia.

- Estás...bueno. Digamos que muy lejos de ese orfanato. Así que la idea de escapar no es muy buena. Te perderías si quiera antes de pisar la calle.  - fue remarcando las palabras una a una como si hablará con una niña pequeña.

- Perdón. ¿Antes de pisar la calle?

- Bueno sí. Estamos en mitad de un bosque. - sonrió.

Me estremecí involuntariamente.

- ¿Me estás diciendo que vivimos alejados de la sociedad?

- Eso mismo. Me encanta como suena ese "vivimos" en tus labios.  - me guiñó un ojo.

La bilis subió por mi garganta. Y hubiera vomitado. De verdad que si, pero no tenía comida en el estomago que me permitiera tal acción.

- Vete. a. la. mierda.  - susurré poniendo énfasis en cada palabra.

Sus ojos ámbar se oscurecieron un poco. Pero pareció recordar algo y volvieron a su color habitual.

No le preste mucha atención y mi cerebro se esforzó por recordar lo que había pasado segundos antes de desmayarme. Pero el mero intento me dio un gran dolor de cabeza.

- Tomate esta pastilla. Y cuándo estés lista baja. Te estaremos esperando. - me dejo una pastilla que parecía ser para el dolor de cabeza en la colcha y se fue.

Entonces caí en la cuenta de algo. ¿Cómo lo había sabido? ¿Cómo sabía que me dolía la cabeza?

Al principio mire la pastilla desconfiada pero me lo pensé mejor y me di cuenta de que no pedía nada. Lo que no te mata te engorda. Y la muerte en esos momentos no la veía como una enemiga.

Lo que fueron unos veinte minutos más tarde, bajé por las escaleras que encontré al salir de mi habitación y busqué la cocina con la mirada. No me resultó muy difícil puesto que las voces que escuchaba des de la distancia me ayudaron a seguir el camino correcto.

Una vez en la cocina ahí estaban todos. Me miraron, pero con una indiferencia más falsa que la dentadura de mi abuela, claro si hubiera tenido abuela, pasé de ellos.

Si que les eche un vistazo rápido antes de ponerme a buscar en a nevera, con toda la libertad del mundo, algo que llevarme al estomago. El que había estado esta mañana en mi habitación iba vestido con una camiseta blanca y jeans desgastados. El de ojos azules iba vestido de gris claro. El medio rubio llevaba una playera roja y el último, el de pelo negro, llevaba una camiseta gris oscura.

Cogí lo que pareció ser embutido. Y sin preguntar miré cajón por cajón hasta encontrar una barra de pan.

- ¿Vas a pasar de nosotros? - pregunto el de ojos azules.

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