Capítulo 3

14 2 0
                                    


- Te vuelvo a repetir que sé que estás aquí. Estoy esperando que salgas, Aradia.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. No es que lo conociera de mucho pero no había que ser un genio para saber que estaba enfadado. Su voz era tosca, milimétricamente pensada para hacerme temblar de miedo.

No quería salir. De verdad que no. Pero tampoco quería quedar como una niñata asustadiza a sus ojos.

Deje la comodidad segura de mi escondite y me preparé mentalmente para encararlo. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho haciendo resaltar las venas en ellos, su mirada se había vuelto más oscura aún, tanto que sus ojos parecían casi negros y tenía la mandíbula tan apretada que en cualquier momento se rompería. Daba miedo. Joder, si lo daba.

- Y-o  - tartamudeé.

- ¿Tu qué?  - me retó.

- Me he perdido.       

Muy bien Aradia un aplauso. En mil kilómetros a la redonda han notado el apestoso olor de tu mentira.

Se río. Pero no fue una risa sincera, esas que salen del corazón. Fue una risa seca, producto de un gran mal humor.

- Que curioso. Porque entonces no me explico que tiene que ver eso con que hayas abierto mi puerta cuando estaba cerrada con llave.

Rodeé los ojos. Odiaba el sarcasmo si no venía de mí.

- En verdad, ¿Sabes que? Yo no te debo explicaciones de nada. De hecho, yo no te debo absolutamente nada. - respondí a la defensiva.

- Bien. En ese caso...

No alcancé a escuchar con exactitud lo que estaba diciendo puesto que mis ojos estuvieron muy ocupados intentando analizar cómo era posible que se hubiera movido tan rápido.  En apenas un segundo lo tuve frente a mí, muy cerca, demasiado quizá. Todos mis sentidos se pusieron alerta, era inhumanamente imposible que él se hubiera movido tan rápido.

- ¿Qué estás haciendo? Aparta.  - lo empujé brusca. Aunque no se movió ni un milímetro.

- ¿Acaso te molesta que invada tu espacio personal, Aradia? - preguntó irónico.

Vaya, buen punto.

No quería que se saliera con la suya. Pensaba que era tonta pero eso era porque aún no habían visto de lo que era capaz. Se habían metido con la adoptada equivocada.

- No. No me molesta en absoluto. Solo que si debo tener tu cara tan cerca... - hable inocente - me gustaría que te lavaras bien los dientes, tu aliento apesta.

Su cara fue todo un cuadro. Pero no un cuadro igual de bonito como los que había en la habitación, no por supuesto que no. Su cara era un cuadro de sensaciones entre la furia, la ira y más enfado.

¿Era muy tarde para disculparme?

No me reí. Consideré que era mejor no hacerlo. Su mano empezó a apretar tanto mi muñeca que sentía como el hueso se iba a romper en cuestión de segundos.

- M-e h-aces daño. - susurré bajito porque no podía soportar el dolor.

No sentía la mano. Lágrimas empezaron a caer por mis mejillas. Él ensanchaba su sonrisa a cada súplica de que parase. Era como si estuviera disfrutando del dolor ajeno, como si disfrutara de hacerme daño. Su mirada ya no era la del chico que aquella mañana me había salvado de ser ahogada en la cocina. Su mirada estaba llena de oscuridad, una oscuridad escalofriante.

- Auden. Por favor.  - era la primera vez que decía su nombre y algo en él pareció reaccionar.

Su mirada volvió a su azul oscuro natural y se apartó de mí rápidamente. Se pasó las manos por el pelo intentando librarse de su frustración, y cuando creí que había recobrado la compostura pegó a un cuadro. Traveso un cuadro con su puño.

AfiladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora