Capítulo 4

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- Te lo volveré a repetir, ¿Qué es lo que quieres?

- Yo venía a ...

Parecía que le estaba costando un mundo decirme aquello. Cosa que a decir verdad se me antojo como un poco dramática, pero bueno no iba a ser yo quien lo juzgara.

No hacía falta que siguiera con lo que iba a decir, sabía perfectamente lo que diría. Y de verdad que le hubiera ahorrado el sufrimiento de decirlo, de verdad que si, pero entonces recordé la manera en que me había arruinado la vida y se me paso.

- ¿Si? No tengo todo el tiempo del mundo. - espeté cansada.

Y entonces dejó de intentarlo. Su mirada se volvió oscura y con una sonrisa cínica susurró;

- Vístete. Nos vemos a bajo.

 ¿Y si quiero ir en bolas qué? Vale, no. Pero me dio rabia. Lo menos que merecía de ese energúmeno que había triturado mi muñeca, la cual por cierto aún seguía teniendo un poco dolorida, era una disculpa. Y no había sido capaz de disculparse, de dejar el orgullo de machito a un lado.

Mi estomago rugió. Y entonces recordé el verdadero motivo por el que estaba en mi habitación.

Fui directa al armario y aunque seguramente debí de haberme sorprendido al ver no solamente la ropa que tenía en el orfanato si no además prendas nuevas de mi mismo tallaje, no lo hice. A esta altura ya nada me sorprendía.

Me puse una camiseta de tirantes negra, unos pantalones rasgados negros y unas converse, oh adivinen, también negras. Estaba de luto. Estaba de luto por mí, por la vida que había perdido.

Pero hubo una cosa que me negué a perder, me pinté los labios de un color rojo vivo, siempre que podía los llevaba pintados y no quería que eso también cambiara en mi vida. Era mi marca de identidad. Cuándo me mire al espejo la verdad fue que el resultado no fue tan deprimente como esperaba que fuera, el negro me hacía delgada y se amoldaba bien a mi cuerpo y el pintalabios rompía con todo el atuendo.

Estaba bien. Sin más.

Bajé las escaleras rezando y esperando no convivir con unos chicos de esos que duraban más que las tías en arreglarse, por favor que no fueran unos metrosexuales porque entonces ya si que me iba a dar algo.

Pero no. Ahí estaban, a pie de escalera. Los cuatro fantásticos.

Y la verdad es que no se habían cambiado, llevaban las mismas camisetas básicas de esta mañana. O eso, o que tenían camisetas repetidas.

No se perdieron ni un detalle de mí mientras bajaba las escaleras, tenía ocho ojos puestos en mí y no voy a mentir. Era incomodo.

- ¿Estáis mirando algo en especial?

- Estás... - comenzó Alex.

- Ardiente. - terminó la frase por él Jace.

Todos le miraron mal. Pero no peor que yo.

- ¿Por que me miran así?  Vamos no se hagan los santurrones, todos lo estabais pensando. - contestó claramente ofendido.

- Aunque lo pensáramos, no son cosas que debas decir a una señorita. Tienes que cuidar tus modales. - habló Matt risueño.

Me quedé de piedra. Y si, fue por la confesión. Miré a Auden que no parecía querer ser participe de aquella conversación, como siempre, se mantenía al margen mientras me observaba fijamente con aquella intensidad que solo su mirada podía desprender.

- ¿Nos vamos ya? Tengo hambre. - llamé captando su atención.

- Yo también, preciosa.

Pase por alto el comentario de Jace y pase por delante de ellos para abrir la puerta. Entonces la realidad me golpeo de lleno, no habían mentido, estábamos en medio de un bosque.

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