Capítulo dos

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   Me seguí acercando cada vez más hacia donde Phoebe estaba recostada llorando, con pasos sutiles y cuidadosos. Ya sabía cómo manejar esto; no era ni la primera ni la segunda vez que me enfrentaba a los ataques bipolares de Blackwell y por tanto, eran aún más difíciles de controlar, por lo que  para situaciones como éstas había que ser muy delicado.

   Ya de pie detrás de ella le toqué el hombro, dándole a entender una muestra de apoyo y apaciguamiento para que confiara en mí. Por lo que les había enseñado a las chicas—y si hubieran sido buenas estudiantes, prestando atención—, ya me esperaba lo que ocurriría. Pocos segundos tuve para reaccionar—y lanzarme unos centímetros hacia atrás—, cuando un golpe impactó mi estómago causándome un leve dolor en la parte ya mencionada. Seguí intentando calmarla y la sostuve en un abrazo forzado para inmovilizarla.

   Víctima de la exasperación por mis intentos fallidos, comencé a tranquilizarla con palabras suaves, hasta que se volvieron gritos.

—Phoebe, ¡calma joder!

   Ella aún intentaba golpearme, pero luego de un instante su forcejeó cesó y fue porque ya estaba agotada. Al instante comenzó a llorar fuertemente, que, estaba segura, se escucharía en el piso de arriba. No tenía sentido seguir inmovilizándola y lo único que pasó por mi mente en ese instante fue abrazarla, junto con secarle las lágrimas.

   Siempre que esto pasaba, me recordaba cuando yo y Tara encontramos hace  dos años, en una fría noche de invierno a Phoebe, mientras caminábamos en una calle solitaria. Yo había chocado con ella, y me detuve al observar lo joven y desamparada que se veía. Quizás si hubiera sido en otro momento o si hubiera sido una persona más adulta, la hubiera dejado ahí, que ella arreglara las cosas por su cuenta. Realmente no lo sé, tal vez por el destino, o las cosas de la vida.

   Algo me hizo cambiar de opinión, y no fue Tara suplicándome que le ayudara al ver lo indefensa que estaba, tampoco fue porque ella estaba insistiendo por nuestra ayuda, ya que no quería volver a su casa. Todavía hay veces en las que me pongo a pensar en esa incógnita, ya que mi mente busca frenéticamente la razón, y aún no la encuentra.

   Esa fue la única vez que la vi tan débil y bueno, también cuando le llegaban los ataques, y por eso ella prefería que nadie supiera. Mi respuesta en ése momento fue una de las más frías que he dado en toda mi vida.

—Confiar en extraños no es una opción. —Le había dicho, una de las frases que mi padre más me repetía antes de morir. En mis años de calle, continué con mi vida siguiendo esa frase, y fue la que más sirvió para sobrevivir en ese lugar.

   Ella comenzó a suplicar y mi acompañante se unió. Tara se ponía siempre de parte de otros, era algo a lo que ya estaba acostumbrada. De mala gana entre ellas me sacaron un sí, y al final de todo eso, me encariñé con Blackwell y con el tiempo logré saber sobre su enfermedad al igual que Tara, aunque sospecho que ella lo supo antes que yo, ya que de alguna manera ellas se habían convertido en las mejores amigas, siendo bastante diferentes.

   Cuando Phoebe—mucho más calmada— dejó de llorar, comenzaron los enérgicos gritos y, ahora sí estaba segura de que todas lo escuchaban, sólo de pura pereza no se levantaban, pronto lo harían. Maldije para mis adentros, era un trabajo agotador lidiar con los ataques y Phoebe no me daba tregua. La tomé bruscamente en mis brazos—estaba demasiado delgada para mi gusto, mañana le haría comer mucho más— y la llevé al sofá cama que estaba a escasos metros del sillón en el que se había dormido viendo cualquier estupidez en televisión. Seguía gritando y tratando de golpearme cuando la dejé recostada en el sofá y veía que en cualquier momento se lanzaría por la ventana de la habitación, lo cual era preocupante ya que no era un nivel bajo y si saltaba algo podría ocurrirle. En los ataques de bipolaridad uno de principales intereses es el suicidio.

Bad GirlsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora