Capítulo cinco

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En frente de mí está el lugar que nos ha salvado a mí y a las chicas más de una vez la vida. Construido por el padre de Lizzy hace más de veinte años y hecho de ladrillos de color rojo, una gran puerta de metal negro , y por supuesto, las infaltables luces de neón— también rojas—, en las cuales se podía leer incluso desde cierta distancia "The House of Grant". De día éste lugar no funciona, y no llama para nada la atención la oscuridad del bar, por lo que no me sorprende encontrar tan desolada la calle frontal.

Llevo los últimos cinco minutos debatiéndome entre entrar o no andando de un lado a otro en el pavimento, sabiendo que si entro, puedo enterarme de algo que puede ser importante, y que pueda cambiar todo, o irme de vuelta al loft, y que mi manera de ver las cosas no haya cambiado, pero quedándome arrepentida de no haber entrado.

 Finalmente me decido, y acepto que es mejor morir sabiendo que vivir una vida en una mentira, así que me acerco a la puerta, y doy unos golpes de mala gana con mis nudillos, esperando que no se escuchen para así pasar desapercibida e irme de allí lo más rápido posible para hacer de cuentas que nunca fui a ese lugar. Unos segundos después el sonido de  que alguien se acerca desde dentro me hace reaccionar y me doy cuenta que no tengo escapatoria, así que espero pacientemente a que me abran. No sacan el cerrojo, por lo que sólo puedo ver unos ojos oscuros a través del pequeño espacio que han dejado a la vista. Pero por suerte, sé quién es el dueño de ellos.

—Ignacio.

Él, aún sin abrir la puerta, me responde:

—Amber.

Luego de eso cierra la puerta, y el sonido del cerrojo abrirse se hace presente, para luego tener accesible toda la figura de Ignacio: el cabello negro que termina detrás de las orejas, una barba creciendo en su poca barbilla, y el metro noventa vestido completamente de negro.

—¿Nunca dejas de crecer, cierto?

Él se hace a un lado para dejarme entrar, sin siquiera molestarse en responder mi pregunta.

Avanzo unos pasos, y cuando paso a su lado le digo:

—Era tiempo de que Lizzy pusiera mano dura contigo.

Al principio no ocurre nada, pero después sus labios tambalean y una sonrisa resplandeciente se hace presente en su rostro.

—No que va, que me he hecho el serio en plan de que si alguna vez te atrapan me corras unos curriculums para mi carrera de actor.

Sonrío y se me escapa una pequeña carcajada. Ignacio es la única persona que siempre me hace reír, por su inmadurez, y también, porque es un comediante nato. Mi padre se hacía cargo de él porque la madre era su amiga, y, por lo que lo trataba como a otro hijo, así que eso lo convertía en mi hermano pequeño. Hasta que mi padre unas pocas semanas antes de que muriera, me obligó a traerlo aquí, y de vez en cuando lo vengo a visitar. En fin, pasar un rato con él siempre se agradece.

—¿Está Lizzy? —Pregunto, para no alargar más nuestra conversación, ya que perderé bastante tiempo con él si sigo.

Ignacio me afirma con un asentimiento de cabeza.

—¿Co-co-cómo está Phoebe? —Pregunta esta vez, tomándome por sorpresa, mientras que trata de sonar despreocupado rascándose la nunca.

—No. —Digo.

—¿No qué?

  —Que no. No te quiero involucrado con ella.

—Pero ¿por qué?, ¿qué tiene de malo?

Camino hasta el centro del bar, y él me sigue, no sin antes cerrar la puerta con cerrojo. A mí lado izquierdo hay un par de mesas con las sillas sobre éstas, y a mí derecha, la barra para pedir tragos.

Bad GirlsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora