Capitulo uno

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—¡Esto es una mierda! —Exclama Tara y estrella la palma de su mano contra el hierro duro y frío.

   Nos encontramos por tercera vez en la estación de policías, y aún, no sabemos el porqué de no tener una mínima sentencia. Tal vez es por el simple hecho de que somos un grupo de menores de edad, y en ese caso somos inmunes ante la justicia; excepto por el hecho de que yo y Tara ante la justicia, somos legalmente mayores de veintiuno.

   Casi nunca nos atrapan a todas, excepto por la vez de cinco meses atrás, donde el plan fue mal calculado y, nadie se quedó a salvo. En ésta instancia sólo tres estamos tras las rejas: Yo, Tara y Phoebe. Daphne y Megan deben estar enterándose en este instante en que nos han atrapado. Me las imagino en el loft desaliñado en el que vivimos, sobre el sofá ex azul, con un puñado de palomitas cada una, viendo la maratón de White Collar.

   La estación en la que estamos era sin nada interesante; parecida a las demás, o, tal vez era porque todas las de la ciudad son las mismas. Phoebe está sentada en la cama—con una simple sábana para cubrir el desgastado colchón—, con los codos apoyados en las rodillas, y las manos bajo su mandíbula. Tara sigue haciendo ruido, supuestamente por protestar, pero realmente por el único motivo de matar el tiempo. Yo—apoyada en la pared resquebrajada con los brazos doblados sobre el pecho—, no hago más que pensar en lo aburrido que es estar allí, ya que, fácilmente nos sacarán de este lugar. El problema, es que no sé cuanto demorarán en llegar a éste lugar; hay bastantes, sin contar los juzgados.

—Adams, ¿puedes callarte?—dice Phoebe—. Haces que me duela la cabeza.

   Adams es el apellido de Tara, como comúnmente la llamamos siempre, aunque en mi caso, me gusta llamarla Tara, eso la hace especial para mí; es su identidad. Sus padres habían muerto, y se dedicaba a trabajar—además de formar parte de nuestro grupo—, en un bar de mala muerte llamado "The House of Grant". Era un queridísimo bar para nosotras, ya que, ese lugar nos había salvado de casi la muerte misma; más de una vez. Su dueña era Lizzy Grant; una antigua dama de compañía, agradable y con una voz de ángel que era como nuestra madre.

—Black—reprocha Tara molesta—. Cierra la boca.

   Phoebe Blackwell es una chica con aspecto de modelo; pero la más desinteresada del grupo. Se había ido de casa a los dieciséis, porque ella quería, textualmente «una vida con adrenalina, y montañas de emociones», sí, a veces era poética. Era de esas chicas que cambiaban de hombre cada cierto tiempo, igual que de actitud; y nunca se enamoraba. El motivo era que su antiguo amigo con derecho le había engañado con su mejor amiga. Si todo eso era un gran acontecimiento, típico cliché, que no sé si aún no ha estrenada una telenovela mexicana o algo así. Pero el punto era que ella había estado llorando todo el fin de semana; el miércoles siguiente salió de la casa—sin hablarle a nadie—, y volvió de madrugada. Aún no sabemos qué ocurrió ese día; o al menos yo no.

   Me giro y las observo a las dos.

—Basta. —Vuelvo mi mirada a la entrada esperando por la llegada de Daphne y Megan.

Una simple palabra, sin ningún tono aparente, las pone en alerta, me observaron con los ojos como platos, se vieron entre ellas y no volvieron hablar en toda nuestra estancia.

Unos sonidos, dos horas después, nos alertan de la llegada de alguien.  Las tres volvemos la mirada a la entrada del lugar, y una melena rubia y brillante se distingue entre la suciedad y oscuridad del lugar. Sonrío enseguida al igual que Tara y Black.

Daphne Walker es la jodida más astuta del planeta. Y bueno, de Megan no se podría decir mucho, además de que—cuando Daphne abre la reja que nos tiene apartadas—, mantiene ocupados a los policías, mientras firma el permiso de nuestra salida y lo deja sobre una carpeta.

Bad GirlsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora